La noche cayó en un abrir y cerrar de ojos. Linda y Cheec ya se habían ido, no sin antes haberle gritado un poco más.
Frank era un manojo de nervios, y ya había acabado con todas sus uñas -extraño hábito que nunca supo por qué hacía-. Miraba por la pequeña ventana que daba a un montón de edificios grises, esperando a aquel doctor que ya merecía su respeto.— Frank.– Lo llamó desde la puerta.— Ya es hora.
El chico saltó de la cama con rapidez, olvidándose de que todavía tenía ese fuerte malestar en la cabeza.
En silencio lo siguió por una cantidad enorme de pasillos que parecía estaban desiertos, hasta que reconoció donde había estado hace unos días.— Gerard no sabe que vendrás.
— Está bien.Eso aumentaba sus ansias, ya que, conociéndolo, le haría muy feliz verlo.
— Esperé a que Donna se durmiese.– Habló.— Es una señora muy insistente y dedicada, nunca se ha despegado de su hijo.
— Ella es así.– Sonrió, recordando todo lo que aquella mujer había hecho.— Es una excelente persona y madre.
— No lo dudo.Llegaron a la habitación. Frank intentaba hacer tiempo, ya que todo lo que tenía preparado para decir se esfumó de su mente.
— Ánimo, Frank.– Le dio un leve empujón.— Todo estará bien.
Entró sintiendo una presión en el pecho, sabiendo que su felicidad entera estaba allí acostada en una camilla.
Lo vio dormir plácidamente, y, cuando se giró para agradecerle a Ray, él ya no estaba.
En un momento la timidez se había hecho lugar en el tumulto de sentimientos que rondaban en su cuerpo, mas no sabía por qué; él no era tímido.
Se acercó a la camilla y se sentó en la incómoda silla, observando las facciones pacíficas de aquel ser que tanto amaba.
Se preguntó si Gerard, en vez de un humano común y corriente, era un ángel, porque su belleza igualaba a uno.
Acercó su mano al rostro de Gerard, quitándole un cabello negro que estorbaba su visión, pero su mano se mantuvo allí, en su pómulo sonrosado.— Te amo tanto.– Susurró.— Eres lo que me mantiene en pie... Si algún día me faltases no sé qué haría...
Meditó si debería despertarlo, mas no lo hizo; prefirió quedarse con aquella hermosa vista.
Continuó dejando tiernas caricias, sintiendo la piel tan perfectamente suave bajo su tacto. Su vida estaba allí con él. Frank estaba en sus manos.