Capítulo cuarenta y siete

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El viento corría cada vez más fuerte, pero Frank no se amedentraba; debía ir a visitar a Gerard.
Ayer Donna indirectamente lo había echado para, supuso, hablar con su hijo, por ello ahora la curiosidad lo estaba matando.
Frank había aprontado un pequeño discurso donde le decía cuánto amaba a aquel chico de ojos esmeraldas, mas le faltaba el valor para poder decirlo.
Se había puesto su pasamontañas favorito que, según él, le daría suerte.
Pero no sirvió. La suerte no estaba de su lado.

— ¡Frank!– Escuchó cómo gritó Linda desde la planta baja.

El chico bufó con exasperación, sintiendo especial enojo por haber arruinado ese día.
Bajó las escaleras apesadumbrado, sintiendo ruidos en el comedor.

— ¿Qué pasa, mamá?– Preguntó.
— ¿Almorzarás o no te preparo a ti la comida?
— ¿Qué haces aquí tan temprano?
— ¿Acaso no puedo venir a mi casa?
— No es eso...
— ¿Almorzarás o no? No tengo todo el día.
— No, iré... a dar una vuelta.
— ¿Con esta tormenta?
— Si...
— De ninguna manera, vete a tu habitación.

Aguantando las ganas de insultar a su madre, subió las escaleras, tratando de ser tan escandaloso como le era posible, ya que sabía que eso la molestaría.
Evaluó las posibilidades, mas nada se le ocurría.
Podría decirle a su madre que iba a la casa de una amiga, o podría mandarla a la materia fecal de algún animal. Pero no podía hacer nada de eso; La primera opción no podría ser, ya que ella nunca le creería, y con la segunda era probable que no salga vivo de su casa.
Así que se durmió sin haberse dado cuenta.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora