Capítulo sesenta y dos

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Las horas pasaban volando, Frank no tenía idea de cuántos días habían pasado desde la discusión con Jamia, pero bien sabía que ella no había vuelto.
No entendía porqué, ya que ella era su psicóloga. Aunque eso no era lo que le importaba, lo que le molestaba a sobremanera era la sensación de abandono que tenía todo el tipo; primero Gerard, ahora Jamia.

¿Quién más lo iba a abandonar?

En realidad no tenía a otras personas en su círculo. Las enfermeras solo entraban para los chequeos y para suministrarle los medicamentos, y así como entraban se iban, sin ninguna palabra de por medio.

¿Por qué Jamia se había ido?

Le dolía que lo abandonase la primer y única amiga que tuvo en su vida.
Es que él nunca tuvo facilidad para hablar con los demás, y los demás tampoco querían mantener ningún tipo de relación con el chico raro gay.
Tampoco le molestaba estar solo, nunca le molestó, pero en ese lugar, donde los gritos nunca faltaban y donde todo era color blanco, sentía que esa soledad lo estaba carcomiendo.
Lo único que hacía para entretenerse era jugar con sus dedos. Sí, así de patético se sentía.

¿Qué podría hacer con sus horas en un lugar como ese?

Literalmente tenía toda su vida para pensarlo, ya que se quedaría allí hasta que el alma decidiera salir de su cuerpo -aunque él no creyese en eso-.
Aunque no lo admitiese en voz alta, extrañaba a Jamia. Tal vez extrañaba esa manera que tenía de tratarlo como a una persona normal, no como ese joven que le quitó la vida a muchos individuos.
Todos lo juzgaban, pero Jamia no. Jamia lo comprendía. Jamia lo quería.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora