Capítulo diecisiete

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— Frank.– Una voz conocida lo llamaba, mas sus ojos eran como dos anclas, incapaces de moverse.— Frank...

Su piel se heló al reconocer a la persona que le hablaba.

¿Gerard?

Imposible; Gerard estaba muerto, y Gerard el espíritu no podía hablar.

¿Era eso posible?

Con todo el esfuerzo que le quedaba a su pequeño cuerpo, abrió los ojos, encontrándose con dos orbes esmeraldas mirándolo fijamente.

— ¿Gee...?– Un sollozo se le escapó de su garganta reseca.— ¿Tú...?

Gerard lo calló con un movimiento de sus manos, haciendo que Frank se sobresalte.

— ¿Me mentiste?
— No, Frank, déjame explicarte...
— No, Gerard, no hay nada que explicar. Me mentiste.

Una lágrima bajó por su mejilla.

«Estúpido» Se dijo a sí mismo.

Frank no quería que Gerard lo viese llorar. Frank no quería que lo viera vulnerable, a pesar que Gerard era el único ser viviente que lo había visto de aquella forma.

— Lo siento, Frank...
— ¡Me mentiste, Gerard!– Gritó encolerizado.— ¡Me mentiste!
— ¡Pero tú me mataste!– Contraatacó.

Quiso golpearlo, mas sabía que lo traspasaría al instante, eso era lo malo de tener un novio fantasma.
Frank tenía un dolor agudo en el pecho y sentía cómo las lágrimas corrían libres de entre sus ojos. Con la manga de su bata de hospital se limpió las mejillas, que a esta hora estaban de un color carmesí.

— Sabes que no me gusta verte llorar, Frank...

Era cierto. En las escasas veces que sucedió, Gerard nunca supo qué hacer, ya que Frank era fuerte, Frank era una roca.
Frank no quería ver esos ojos esmeraldas que lo enamoraban cada día. No quería ver esas facciones perfectas que le hacían adorarlo.
Por primera vez, Frank no quería ver a Gerard.

— Vete, Gerard...
— No, Frank...
— Por favor, Gee, vete.

Gerard, al ver lo demacrado que estaba su primer amor, decidió -en contra de su voluntad- desaparecer, como hacía siempre cuando la situación se ponía difícil.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora