Capítulo treinta y seis

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Era una mañana fría, Frank se encontraba más raro de lo normal.

— Necesito verlo.– Susurraba.— Necesito verlo...
— Estás desvariando, Frank, concéntrate.

Los ojos de Frank se encontraban inundados en lágrimas, mas tampoco hacía nada por impedirlo.

— Si lo ves en el cielo dile que lo extraño.– Rogó.— Dile que añoro cada momento que pasé a su lado.
— Tranquilo, Frank.– Jamia intentaba traerlo de regreso.
— Dile que fue lo mejor que me pasó en mi desolada existencia. Dile que me dejó un gran vacío en mi corazón.

Jamia no sabía qué hacer. Podría inyectarle un calmante, pero la charla estaba entretenida; Frank nunca había hablado así de sus sentimientos, y le parecía un gran avance saber qué se le pasaba por la mente a su paciente.

— Dile que lo amo, Jamia, por favor, dícelo, ¿Si?
— Mírame, Frank.
— Dile que nunca fue mi intención herirlo.– La miró a los ojos.— Dile que lo siento.

Jamia se perdió en los ojos avellanas enrojecidos de aquel chico. Nunca se había puesto a observar aquella mirada, esa mirada llena de dolor y de angustia. Y pensó en que, tal vez, el chico solo era el resultado de la mierda de infancia que había tenido.

— ¿Se lo vas a decir, verdad? Dile que venga.

La psicóloga quedó sin habla, anonadada por todo lo que le había dicho.

— Diles que me dejen en paz.
— ¿A quiénes, Frank?
— Las voces, ¿No las escuchas?– Susurró, como temiendo ser escuchado.— Diles que se vayan.
— ¿De quiénes son las voces?
— Diles que me dejen...
— ¿De quiénes son las voces, Frank?– Insistió, agarrándolo por los brazos.— ¿Qué te dicen?
— ¡Váyanse!– Gritó repentinamente mientras se agarraba la cabeza.— ¡Déjenme solo!

A Jamia no le quedó otra alternativa que inyectarlo, ya que la situación se estaba poniendo más difícil.

— Ayúdame, Jamia...– Se la quedó observando durante unos minutos, hasta que el sueño lo venció.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora