Capítulo cuarenta y nueve

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Despertó sintiendo un pitido extremadamente molesto. La cabeza le dio mil vueltas antes de poder enfocar la vista, mas lo que vio lo sobresaltó.
Linda lo miraba con el ceño fruncido y con el pie golpeando el suelo con insistencia.
Pero lo que más le asustó fue el rostro colérico de Cheec, que, ni bien lo vio, se acercó a paso decidido.

— ¡¿Qué hacías aquí?!– Comenzó a gritar.— ¡¿Qué viniste a hacer, Frank?!

A Frank se le explotó la cabeza y levantó una mano para cubrir su frente.
Se dio cuenta de que aquel pitido lo provocaba una máquina que, supuso, era para controlar su corazón.

— ¡Contéstame, Frank!

Pero él no podía hablar, sentía todo el cuerpo entumecido.

— Cálmese, señor.– Dijo el doctor.

El doctor se le hacía conocido, y recordó a Ray, quien también atendía a Gerard.
Parecía que en ese hospital no habían más personal.

— El paciente necesita  descansar.– Prosiguió.— Tuvo un pico de estrés.
— Eso le pasa por desobedecer.
— Dime, muchacho.– Ignoró a Cheec y se dirigió a Frank.— ¿Has estado preocupado por algo o has estado presionado?
— ¡Qué le puede pasar si ni siquiera estudia!
— Si no se calma le voy a tener que pedir que se retire, señor Iero.

Cheec quedó refunfuñando, mas no dijo nada.

— ¿Te sientes bien, Frank?

Quiso decir que la cabeza le dolía como los mil infiernos, mas no lo dijo.

— Te suministramos suero por una vía intravenosa, y ahora te daremos un medicamento.– Le sonrió al asustado chico.— En unas horas podrás estar nuevamente en casa.

Lo menos que quería era ir a casa, porque bien sabía lo que le esperaba; Cheec no iba a tener compasión.

— Ahora necesito hablar con Frank.– Miró a los dos mayores.— ¿Señores Iero, podrían hacerme el favor de retirarse por un momento?

Los dos se fueron sin mediar palabra con nadie.
Ray esperó unos segundos hasta que se dispuso a hablar.

— Bien, Frank, yo no soy nadie para meterme en tu vida, pero ¿Qué es lo que está pasando?

No supo qué contestar. Primeramente porque no podía decirle al médico qué era lo que le esperaba al llegar a casa, tampoco le podía decir que su vida era un absoluto desastre.

— ¿Qué hacías aquí?– Volvió a preguntar.— Ten por seguro que no le diré nada a tus padres si así lo deseas.

Meditó por un instante, sintiendo una especial afinidad con aquel hombre.

— Mi novio está internado aquí.
— ¿Tu novio?

Se arrepintió de haberlo confesado, ya que Ray lo miró con una expresión que no pudo descifrar, mas sabía que no era nada bueno.
Quiso arreglar lo que había dicho, mas no se lo permitió.

— No me malinterpretes, Frank, no estoy en contra de la homosexualidad, pero sí te voy a confesar que me tomó por sorpresa.
— No se lo diga a mis padres, por favor.— Susurró con la voz casi inaudible.— Me matarían...
— No diré nada, Frank, quédate tranquilo. Solo quería saber por qué estabas aquí, ya que no es común que un joven se desmaye en la puerta del hospital.— Lo tranquilizó.— ¿Por qué tu novio está internado aquí?

Frank desvió la vista, sintiéndose incómodo.

— Mi novio...
— ¿Tu novio es el chico que viniste a ver el otro día? ¿Gerard, verdad?
— Si, es él.

Una sonrisa inconsciente se formó en sus labios.

— Así que es él el que te tiene así.– Bromeó.— Dile que por lo menos te deje respirar, porque sino te perderemos.

Inmediatamente un rubor cubrió sus mejillas. La verdad es que no estaba acostumbrado a hablar tan abiertamente de su relación.

— ¿Tus padres no te dejan verlo, Frank?
— No...
— ¿Quieres que te deje internado esta noche así puedes ir con él?
— ¿De verdad haría eso?– Abrió los ojos desmesuradamente.— Se lo agradecería mucho...
— Pero tú prométeme que lo cuidarás, ¿Trato hecho?
— Claro que sí, muchas gracias.
— Ese chico te necesita, cuídalo.

Y allí quedó la charla.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora