Capítulo dieciocho

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En un arrebato de locura, Frank rompió todo lo que tenía a su alcance, incluyendo aquel collar que recelosamente había guardado en su mesita de luz. Collar que le había regalado Gerard cuando cumplieron su primer año de novios -oficialmente-.
Frank era un remolino de ira, tanto que tuvieron que cedarlo.

— ¿Qué te está pasando, Frank?– Preguntó Jamia ésta mañana.
— Nada.

Sus respuestas fueron secas, oscas, y Jamia se aburrió de intentar sacarle información, así que se fue, sin siquiera intentarlo un poco más.

«Después de todo siempre se van» Concluyó Frank. «Las personas siempre se van»

Aunque Gerard no era persona -o al menos no una viviente-, también estaba incluido en esa resolución, ya que, desde lo ocurrido, no había ido a visitarlo.

«No necesito a nadie» Se repetía. Aunque eso era una total mentira; Frank necesitaba a alguien, necesitaba a Gerard, su Gerard.

Frank todavía sentía esa rabia recorrer su pequeño cuerpo, aunque también quería que Gerard esté a su lado para así poder gritarle todos los improperios que se le venían a la mente.
Que contradicción era su vida, pero tampoco podía hacer nada para cambiarlo.
Recuerda el día en el que se dijeron su primer "te amo", había sido él el valiente, y Gerard se sonrojó demasiado. En realidad lo que hicieron fue poner sus sentimientos en palabras, ya que en los besos que compartían se transmitía todo el amor que sentían el uno por el otro.
Añoraba aquellos tiempos. Aquellos tiempos donde dormían abrazados, donde los abrazos y besos nunca estaban de más, donde se amaban hasta el amanecer. Añoraba poder decirle que lo amaba, que lo amaba hasta con el lugar más recóndito de su alma. Añoraba cuando se amaban sin restricciones, sin importar nada.
Añoraba despertar a su lado, recibir un beso por las mañanas. Añoraba las locuras que cometían juntos.
Añoraba a Gerard, y sabía que su Gerard nunca volvería. Porque él lo mató.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora