Capítulo treinta y nueve

39 19 3
                                    

Frank logró escapar de su casa; sus padres se habían dormido temprano hoy.
No hacía falta pensar adónde iría esa noche, ya que su mente giraba siempre en torno a la misma persona.
Golpeó la puerta de la casa de Gerard, esperando ansioso.

— Hola, Frank.– Donna abrió la puerta.— ¿Qué haces aquí?
— ¿Puedo pasar?
— Claro.– La mujer le sonrió, tratando de disipar el nerviosismo de aquel chico.— Gerard está en su cuarto.
— Gracias.

Entró casi corriendo, ya conociendo cada mínima parte de la casa de los Way.
La puerta de la habitación de Gerard estaba abierta, así que se imaginó que estaría en el baño.
Esperó, observando todas las cosas que su novio coleccionaba.
Una hoja colocada precariamente en la cama llamó su atención.
No quería violar la privacidad de su novio, pero ¿Qué más daba?

"Frank:
Lo siento.
Recuérdenme como la persona que fui, tan alegre y despreocupada, no como lo desgraciado que me siento ahora.
Lo siento por causar tantos desastres en sus vidas.
Diles a mis padres que los amo, pero que no fui suficiente para enfrentar esta vida.
Necesito que comprendan que es mejor así.
Un mundo sin una persona tan desastrosa como lo soy yo, es un mundo mejor.
Lo siento por todo lo que no pude ser.
Lo siento por ser un estorbo en la vida de todas aquellas personas con quienes convivía a diario.
Te amo, Frank, nunca lo olvides."

Terminó de leer, con un característico nudo en la garganta.
Corrió rumbo al baño, gritando y golpeando todo lo que se encontraba a su paso.
Agarró el pestillo y lo abrió, agradeciendo que esté sin tranca.

— ¡Gerard!– Gritó.

Gerard se encontraba desnudo en la bañera, tan pálido y desprotegido.
Se acercó con desesperación y se arrodilló en el suelo, viendo dos frascos de dudosa procedencia tirados.
Agarró el rostro del chico, golpeándolo.

— ¡Donna!– Llamó al ver que no reaccionaba.— ¡Donald!

Lo primero que se le ocurrió fue meter los dedos en su frágil garganta, provocando rápidamente que el vómito saliera disparado, manchando todo.

— ¡No me dejes, Gerard!– Prosiguió a hacer lo mismo.— Por favor...

Sintió un golpe, mas su centro era Gerard.

— ¿Qué pasó aquí?– Donald llegó.

Frank intentó decir algo, pero la angustia y lágrimas no lo dejaban.
Donald, al ver la situación, fue a hacer lo mismo que había hecho Frank, mientras Donna agarraba a este y le susurraba palabras de aliento.

— Tranquilo, Frank...

Él supo que Donna intentaba convencerlo, pero también intentaba convencerse a sí misma.

— Vete a casa, Frank...
— No quiero, voy a quedarme con él.
— Vete a casa, ya mañana te llamaré.

Su tono de voz no dejaba lugar a réplicas, así que, refunfuñando y maldiciendo, se fue de allí.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora