―Tengo un encargo para ti.
Los hornos de piedra están encendidos y toda la habitación huele a pan. O eso creo. Cuando te acostumbras mucho a algo al final termina por desaparecer. Como nuestra vecina, Trenira. Tiene los balcones llenos de lavanda que ella misma cultiva y cuida. La calle siempre huele a lavanda pero, para ella, sus flores ya no desprenden ningún tipo de olor.
―¿Qué es?
Mi padre, que no para de pasar un rodillo por encima de una masa blanquecina y empolvada con harina, me mira y levanta las cejas de manera interrogante. El sudor le resbala por la frente en forma de una pequeña gota que se desliza por sus abultadas mejillas y termina pendiendo de la barbilla. Para. De amasar, me refiero. Limpia la gota con el dorso de la mano. Y continúa.
―Mañana es el cumpleaños de Lottie. Jac me ha dicho que quieren bollos de mantequilla para celebrarlo.
Continúa preparando la masa en silencio. Está pensando. Calculando el tiempo que necesita para tenerlo a tiempo. Él nunca acepta un encargo de última hora si no está completamente seguro de que puede cumplir el plazo. Es probable que tenga que quedarse aquí abajo más horas de las que tenía previstas si al final acepta. Atravieso la habitación e intento abrir la ventana del fondo, la que da al callejón y que se atrancó a propósito hace años para que nadie se cuele a la panadería, para que corra un poco la brisa y el aire que se respira aquí dentro se recicle.
―Puedo decirle que no si estás muy ocupado―digo mientras me recojo el vestido y me siento en una mesa llena de moldes de barro.
―No, no...―dice al fin― Lo haré. Lottie es una buena chica. Se lo merece.
Me aparto los mechones que se me han escapado del recogido
―Nudillos Péppin ha muerto. ¿Te has enterado? Jac quiere que vayamos a su despedida.
―Oak, el ruso que siempre viene a pedir pan duro, me lo ha contado esta mañana. Pero no me fio mucho de él, no entiende muy bien el idioma aún. ¿Qué has escuchado tú?
―Que han sido ladrones, que lo encontraron a apenas dos calles de la casa de Dempsey, con dos cuchilladas en el estómago y una en el pecho. Que se llevaron el dinero, los anillos y hasta las botas.
―Los muy cobardes... Oak me ha dicho que se llevaron la chaqueta, una buena chaqueta, no las botas.
Me mira y yo me encojo de hombros.
―¿Has escuchado lo que he dicho sobre Jac? Quiere que vayamos a despedirnos esta noche.
―¿Tú vas a ir?
―No si necesitas ayuda con los panecillos de mantequilla.
Levanta la bandeja y la mete en el horno. Luego se limpia las manos con un paño y pone los brazos en jarras mientras que, con las cejas encarnadas, mira la entrada a la panadería.
―¿Y tu hermano?
―Se ha entretenido. Vendrá un poco más tarde.
No dice nada. Al menos durante unos segundos. Mi padre suele pensar mucho las cosas antes de decirlas para no tener que arrepentirse nunca de ellas.
―Muy bien―dice con un leve suspiro―. Sube a bañarte. Y come algo antes de irte. Da mala suerte ir a ver a un muerto con el estómago vacío.
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Sangre azul
Historical FictionParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...