Avanzo hacia los aposentos del rey. Palacio hace tiempo que está dormido. La última visita ha sido de parte de la bastarda y luego, luego nadie más ha querido entrar en la habitación de un rey moribundo. Cuando los reyes están sanos todos quieren rodearse de él, pero cuando empieza a marchitarse es tiempo de sentarse, esperar, y agudizar el sentido para ser el primero en acercarse a la nueva generación. Los murmullos están ya por todas partes. Los odio. Odio escuchar al servicio sobrepasar los límites y conjeturar. Pero está en su naturaleza, supongo, como el de las ratas roerlo todo en este palacio.
Coloco el candelabro sobre la mesilla y observo su cuerpo. Su débil y frágil cuerpo. No queda nada del hombre que vio por primera vez hace treinta años, fuerte, joven, carismático. Ahora no es más que la sombra de lo que fue. Con la respiración afligida, abre los ojos al sentirme y los entorna un poco para verme en la penumbra.
―Vengo a despedirme Eduardo.
No dice nada. Yo me acomodo en la silla y, en un estallido de cariño muerto, le paso la mano por la mejilla. Fría. Cómo la de un muerto.
―Si hubieras dejado que Theodore reinara cuando tú te marcharas de este mundo―susurro―, nada de esto hubiera pasado. Si lo hubieras aceptado cómo hijo...
Eduardo deja caer la cabeza hacia un lado, evitándome. Yo suspiro y, cogiendo un almohadón, murmullo:
―Es la hora de que te marches. Lo siento. Te repito que tenía la esperanza de que aceptaras a Theodore. Todo hubiera sido distinto si así lo hubieras hecho. Pero no. Tuviste que traer a tu bastarda. Amoldarla, adiestrarla, hacerla princesa. Llenar de escándalos una corte respetable. ¿No te resultó extraño que comenzaras a enfermar cuando ella llegó? Bueno, cuando se trasladó aquí quise aumentar la dosis y que murieras esa misma noche pero Latimer me dijo: «Victoria, debes de ser paciente, el veneno puede ser invisible pero también muy evidente. Y tu hijo te necesita aquí. Contigo.» Así que he esperado, me he armado de paciencia mientras tú has intentado asesinar a mi hijo y yo he intentado asesinar a tu hija, hasta que tu enfermedad te ha menguado lo suficiente como para no tener que alargarlo más. Para todos será natural que mueras esta noche. Theodore, a los ojos de todos, sigue siendo tu hijo.
Abrazo el almohadón y suspiro.
―¿Unas últimas palabras, querido?
Eduardo da lo que probablemente sea su última exhalación y, con la voz rasgada, dice:
―Puta española.
Y entonces,sintiendo cómo la sangre comienza a hervirme, presiono el almohadón contra surostro mientras patalea. Apenas tiene voz, pero aunque grita con todas susfuerzas, su voz es ahogada por la tela. Fijo la mirada en la pared sin dejar depresionar hasta que su oposición se basa en unas breves convulsiones. Luegonada. El silencio y la paz de la muerte. Acomodo el almohadón de nuevo en susitio y me miro la pequeña herida que me ha hecho con las uñas en las muñecas.Me las cubro con la manga del vestido, cojo el candelabro, y salgo deldormitorio.-height:h��87�,
ESTÁS LEYENDO
Sangre azul
Historical FictionParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...