Me muevo, inquieta por la habitación. Mandé hace días una carta a Opie, una carta con un mensaje oculto que supuse sería fácil para él descifrar. Unas mayúsculas dónde no correspondían y un par de palabras que no encajaban en las frases. Soy consciente y lo era entonces de que parte de la guardia real, igual que parte de la nobleza apoya a Theodore y, con su muerte, a Victoria, así que no quería que si el soldado que llevaba la carta era fiel a ellos descubriera lo que tenía que decirles. La respuesta que he recibido no tiene nada que ver con lo que Opie hubiera contestado si hubiera captado el truco. Y lo hubiera hecho si hubiera leído la carta. Así que, con el pánico recorriendo mi cuerpo, he mandado a un par de guardias fieles a buscarles. Cuando les veo entrar a la plaza a galope tendido, salgo del dormitorio, bajo las escaleras a toda prisa y me precipito a la entrada. Los guardias caminan a grandes zancadas hacia mí.
―No están allí, mi reina. El servicio nos han dicho que un grupo de la guardia real fue a buscarlos la mañana del día del rey.
Las rodillas me tiemblan y uno de los soldados tiene que sostenerme para que no me caiga. Enzo se precipita a mi encuentro.
―Los tiene―murmullo―. Los tiene.
―Entremos. Estar aquí no es seguro.
Me detengo. Allí, en la oscuridad de la plaza, se ve una antorcha. Los soldados se colocan delante de mí, formando un muro espeso que me impide ver, y desenfundan sus pistolas. Cuando está lo suficientemente cerca de la verja cómo para que pueda verlo, yo les ordeno que bajen las armas.
―Son amigos―digo.
Y, con seguridad, avanzo hacia allí. El hombre con la máscara de Antoine no quiere entrar. Con la antorcha brillando en su rostro sin expresión, dice:
―El ataque es inminente. Esta noche. Hay hombres de la Fraternité de France por toda la ciudad. Debería avisar de que lucharemos mano a mano, milady, con su guardia real. Pueden considerarnos sus amigos.
Abrazo la verja.
―¿Quiénes sois?
El enmascarado duda un instante.
―Soldados, herreros, nobles, profesores, taberneros, pensadores, médicos... Hombres que se preocupan por el futuro de Francia.
―¿Antoine está aquí?
―Antoine os manda saludos y os asegura que vendrá a visitaros cuando vuestro poder se afiance. Está orgulloso de vos. Manténgase a salvo, milady. Nuestras esperanzas están puestas en vos.
―Espera.
―Esta noche acaba todo.
Igual que ha venido, se vuelve y echa a caminar hasta que la oscuridad se lo traga. Yo regreso junto a los soldados, y aunque parecen confusos y escépticos sobre ese «ejército de la Fraternité de France», no dicen nada y creen en sus palabras. Enzo, a paso raudo, me lleva hasta las catacumbas. El palacio está especialmente vacío. Suponía que la reina no tardaría en atacar, así que le he dicho a todo el mundo que se marche. Lo he camuflado en una especie de fiesta especial y remunerada, por supuesto, pero ellos saben la verdad. No hay nadie que sepa más de lo que ocurre en un palacio que el servicio. Pero se han marchado, igual que Anna y Arienne. Ahora solo quedo yo, y la guardia real, que se prepara para el ataque inminente.
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Sangre azul
Ficción históricaParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...