Capítulo 14

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Cuando llegamos de nuevo a París el rey parece dispuesto a encerrarse en sus aposentos y dormir hasta estar completamente recuperado del viaje. No sé si es porque sencillamente no conoce la sensación del trabajo duro, pero emite un breve y perezoso bostezo antes de decir:

―Ha sido una jornada agradable. Ha ido mucho mejor de lo que esperaba.

Yo no contesto y él, empezando a alejarse rodeado de su guardia personal, añade:

―Aprendes mucho más rápido de lo que esperaba.

Alzo la voz, para que pueda escucharme:

―Solo finjo hacerlo.

Sé que no debería haberlo dicho, pero no puedo evitarlo. A veces las palabras salen de mí antes de que pueda decidir si es una buena idea o no decirlas en voz alta o mantenerlas como un simple pensamiento. El rey decide ignorarlas. Supongo que está demasiado cansado cómo para mantener una de esas charlas tensas y cargadas de dardos envenenados. Le observo alejarse hasta que Jarvis, a mi lado, dice:

―La acompaño.

Recorremos palacio hasta llegar al taller de Ada. Está allí, rematando las mangas de una chaqueta. Mi vestido continúa justo dónde lo dejé, sobre el respaldo de una silla.

―Le he cosido los bajos―dice.

―No tenías porqué.

―No tenía nada más que hacer.

Mientras me ajusto el corsé gris sobre la camisola me pregunta sobre cómo ha ido todo.

―Ha sido...―tardo unos segundos en completar la frase― Esclarecedor.

Encarna una ceja.

―¿Y eso que significa?

Significa que me he dado cuenta de que todo esto concierne a mucha más gente de la que, en un primer momento, pensaba. Que yo me convierta en princesa o en reina no solo me afecta a mí, a mi padre, a mi hermano o a incluso a Jac o las chicas. No, durante estas semanas he pensado en pequeño. He pensado en mi casa, en la casa de Dempsey Lena, en el París que conozco, en mi pequeño mundo en el que me muevo con comodidad. Pero todo esto afecta a mucha más gente. Puede que haya gente que apoye al rey en su empresa de convertirme en reina, su consejo y sus seguidores más fieles, y supongo que de esa gente no debo preocuparme más de lo debido. Pero dónde hay simpatizantes también hay detractores. No solo la reina, no solo el príncipe. También miembros de grandes casas como la de los Biss, nobles, miembros del consejo, o el mismísimo populacho, que no asumiría de buena gana ver a una mujer en el trono. Una mujer bastarda, para más inquina.

―¿Algún consejo? ―murmullo.

―Ten cuidado en quién depositas tu confianza.

Me bajo del altillo cuando estoy completamente vestida y me alejo dirijo a la salida. Llevo demasiado tiempo aquí, en la corte, en el campo, y siento que el olor que desprende este sitio comienza a pegarse a mi ropa.

―Por cierto―alza la voz mientras me alejo―Voy a empezar con tu vestido de presentación. Pásate por aquí de vez en cuando para que veas los progresos.

Alzo la mano para que sepa que la he escuchado y salgo de la habitación. Jarvis está ahí, esperando, como siempre. ¿Confío en Jarvis? No estoy muy segura. Él llegó a palacio siendo un niño, un esclavo, y le ofrecieron una vida que muchos de los suyos jamás tendrá nunca. ¿Se decantaría por un bando o se quedaría en medio, neutral? Bandos. ¿De verdad hay bandos? Creo que sí. No importa, de todas formas, Ada fue muy clara respecto a Jarvis: Hizo y haría lo que fuera por sobrevivir. ¿No lo haríamos todos, al fin y al cabo? Así que supongo que en el caso de que tuviera que decantarse, se decantaría por el que mejor le conviniese a él. Y sería lo correcto. No le juzgaría. Solo los estúpidos se arriesgarían por una desconocida, por una promesa de alguien que, en teoría, hará cosas buenas en un futuro lejano.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora