―¡Hijos de París! ¡Atentos todos! ¡Esta noche se representa en el teatro de Bornéth la obra más famosa de Shakespeare, Romeo y Julieta, la historia de dos amantes a los que el destino no les permite estar juntos! ¡No se la pierdan! ¡Compren sus entradas!
Opie, que camina a mi lado a través del mercado, retuerce el pescuezo para seguir observando al actor que, subido a un barril, agita el programa de la obra. Viste pantalones bombachos y la camisa desabrochada a la altura del pecho. Actores, una extraña especie. Llevan los ojos pintados de negro y viven la vida como si fuera una continua obra. Agnes me habló una vez sobre un cliente suyo que era actor. Me contó que son de raza apasionada, insaciables e imaginativos, pero algo inestables y quejicas. «Llorones», fue la palabra que usó. La amenazó cuantiosas veces con quitarse la vida si no se marchaba con él a Italia. Al final, un día cualquiera, desapareció. Agnes creyó que se había subido a un barco y se había marchado a Italia, pero meses después recibió una carta desde Inglaterra, deseándole buena fortuna y ofreciéndole un fuego cálido si algún día se aventuraba a viajar hasta allí.
―¿Quieres ir? ―pregunto.
―¿Al teatro?―dice con sorpresa―¿Tú quieres ir? Nunca te ha gustado.
Me encojo de hombros.
―Supongo que puede ser divertido―murmullo.
―Oh Gaby, no seas boba. El teatro no es divertido. El teatro es drama, comedia, explosión de emociones...
―¿Quieres ir o no? ―digo de manera distraída mientras observo los puestos.
Me detengo para observar un cesto lleno de caracoles.
―Oye Gaby.
―Qué.
Duda un instante. Entorna los ojos y lo piensa con detenimiento.
―¿Vamos a estar invitados a tu presentación en sociedad?
―¿Quieres ir?
―No lo sé. Creo que sería extraño verte con un vestido elegante, siendo educada, bailando, haciendo reverencias...
―Muy gracioso.
―No intento ser gracioso. Es lo que pienso.
―¿Papá quiere acudir?
―No. Bueno, no lo ha dicho, pero yo sé que no quiere. Ya sabes cómo es cuando no quiere hacer algo, que se pone a murmurar sobre otras cosas.
―Ya.
―Mira Gaby, mira, lo que es la vida. Toda una sorpresa, ¿eh? ¿Quién iba a pensar que la gente se arrodillaría ante una panadera?
―Yo no.
―A lo mejor no nos dejan pasar, Gaby. La chaqueta más elegante que tengo tiene las costuras roídas por las ratas.
Le miro.
―¿Y desde cuándo te preocupa eso? Creía que eras un hombre seguro, y que la seguridad despierta respeto en los demás, y que el respeto...
―Eso era antes de que mi hermana se convirtiera de la noche en la mañana en la futura reina de Francia.
―Sh.
―Au―se queja cuando le pellizco.
―Opie, escúchame bien―nos detenemos junto a una columna, lejos de la zona de paso―. Es importante que os mantengáis al margen de esto, al menos un tiempo.
―¿Qué significa eso? ¿Qué no quieres que vayamos a tu presentación? ¿Te avergüenzas de nosotros? ¿Quieres apartarnos?
―Claro que no, imbécil. Solo intento que estéis a salvo.
―¿A salvo de quién?
Miro a la gente pasar. No voy a encontrar a mis posibles enemigos ahí, entre el populacho. Mis enemigos viajan en carroza y viven en grandes casas.
―De personas que no quiere que sea reina, Opie. Personas poderosas. No quiero poneros en peligro por mi culpa.
Opie lo piensa un instante con el ceño fruncido. Luego asiente muy despacio. Quizá en su cabeza no llegaba a pensar en la idea de que, probablemente, hay gente que no está de acuerdo con la decisión de que yo acceda directamente al trono tras la muerte del rey.
―Sí... Claro... Por supuesto...―me ofrece su brazo y volvemos a caminar―. Pero Gaby, tú tienes amigos, ¿verdad? Tienes gente que te protege de esas personas, ¿no?
La imagen más clara que se aparece en mi mente no es la del rey, o la de Jarvis. Ni siquiera la de la guardia, sino la de Antoine. Pero Antoine ya ni siquiera está en París. ¿Cómo va a protegerme alguien que está tan lejos de la corte?
―Creo que sí.
Respira profundamente, visiblemente aliviado.
―Vale. Eso está bien.
Cuando llegamos a un puesto de hortalizas se detiene. Coge un tomate y lo alza para que le dé la luz.
―¿Quieresque llevemos unos pocos para lanzárselos a los actores cuando lo hagan mal?Ho}2xB
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Sangre azul
Ficción históricaParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...