Capítulo 56

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No creo que Enzo me pregunte por el motivo de haber abandonado al cardenal Breslau. Supongo que ha sido algo egoísta, casi inhumano, cargar el cuerpo del rey Eduardo en el carro fúnebre y marchar mientras él se retorcía de dolor tirado sobre la hierba. Todo el mundo estaba aterrado ante tal espectáculo. La piel de la garganta y la boca cayéndose a pedazos, los gritos, más similares a un aullido. Supongo que podría achacarlo al terror. Al miedo. A la necesidad de dejar de observar algo así. No creo que Enzo me creyera pero, dudo bastante que sospeche de que yo haya sido la responsable de su envenenamiento. Él confía en mí. Me aprecia. Probablemente le decepcionaría saber la verdad, y su decepción provocaría en mí un arrepentimiento y una vergüenza que no quiero sentir. De todas formas no creo que nadie nos culpe por obedecer nuestra obligación. ¿Cómo íbamos a dejar al rey allí, pudriéndose bajo el sol, mientras todo se aclaraba? No, no... Debe descansar para toda la eternidad en el lugar que procede. El resto puede esperar.

La reina se ha quedado en palacio. El ataque al cardenal le ha servido como excusa para no quedar mal ante la nobleza, pero estoy segura de que hubiera buscado cualquier motivo para no acompañarnos. Ahora que el rey ha muerto probablemente se sienta más libre que nunca. Aprovechará esos pocos instantes que le quedan como reina antes de que Theodore sea proclamado rey como si fuera un sueño dulce y agradable.

No sé si me ha mirado cuando el cardenal estaba ahí, de rodillas, intentando suplicar ayuda con una lengua que no creo que siga teniendo dentro de la boca. Solo le miraba a él, sin poder evitar un gesto asqueado. Tampoco sé si habrá muerto. Eso sería lo ideal, que muriera cómo lo hizo Lottie. Sería un enemigo menos de todos los que quieren atentar contra mi vida. Pero hay una dulce ironía en que vaya por ahí con el rostro destrozado el resto de sus días. Él, tan vanidoso, tan cuidadoso en su aspecto, probablemente no lo soportaría. Las miradas, las burlas. Su iglesia terminaría siendo abandonada y, falto de feligreses, en Roma le obligarían a renunciar a sus responsabilidades eclesiásticas. Y así poco a poco, a lo largo de los años, en una caída en picado que no podría frenar.

No ha sido complicado, en realidad. Eso es lo peor de todo. No he tenido más que decirle a Patty que hiciera unas hostias y luego empaparlas en ese veneno de Bari, ese que ni huele ni sabe. Intercambiar su bolsa con la mía y esperar unas horas. Solo eso. Así de sencillo es acabar con la vida de alguien.

No sé cómo me siento al respecto. Han pasado las suficientes cosas en el suficiente poco tiempo cómo para permanecer en un estado de turbación ininterrumpida. Me distraigo con mucha más facilidad que antes. Clavo la vista en un punto fijo de alguna habitación y me quedo ahí, mientras las conversaciones continúan a mí alrededor y mi mente viaja lejos de dónde estoy. Con suerte no durará mucho más.

Theodore está sentado frente a mí, vestido completamente de negro. Su cuerpo se tambalea ligeramente con el movimiento del carruaje. Me observa fijamente desde que hemos salido de palacio y de París. Me está estudiando, creo. Estoy segura de que le encantaría romperme la cabeza con un objeto pesado, decirle a Bari que me sacase el cerebro, y estudiarlo. Estudiarlo y estudiarlo sin parar. ¿Quién sabe lo que pretendería encontrar? Estamos en medio de la nada, recorriendo una pradera de hierba alta y verde que se extiende varios kilómetros. Nos dirigimos La vallée des roses, lugar de descanso de todos los monarcas, y no siento miedo por su proximidad. El aspecto de Theodore puede ser siniestro y repugnante a veces, cuando el pelo se le pega a la frente y su sudor apesta más que el del resto, pero no creo que intente nada. Me asomo ligeramente a una de las ventanas. Ya puedo ver la torre de La vallée des roses, al otro lado del bosque, que asciende redonda hasta mucha altura. Hay una campana que se tocará sin cesar desde que el rey llega hasta que por fin descanse en su santa sepultura.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora