Sostengo la bolsa de monedas sobre la mano. Me encanta el sonido que provocan las monedas juntas, frotándose, rozándose, colocándose las unas sobre las otras. Me gusta el tacto del cuero, el olor agrio a metal, la manera en que las puertas que siempre han estado cerradas a mí alrededor comienzan a abrirse poco a poco. A regañadientes, cómo si me costara, abro una bolsa que hay escondida junto a una mesita la dejo allí. Luego me acerco a la ventana y observo la estrecha porción de tierra que separa la fachada con el río. Los ladrillos están lo suficientemente separados los unos de los otros para descender con facilidad por ellos. Eso haré. Cuando pase, cuando todo esté hecho, cogeré mi bolsa, bajaré en la oscuridad y cuando se den cuenta de lo ocurrido, yo ya estaré fuera de París. Cuando quieran alcanzarme, estará amaneciendo y yo ya estaré en un barco, con una nueva identidad, un nuevo destino, y una buena suma de dinero para empezar una vida lejos de aquí. No cómo prostituta. Seré lo suficientemente adinerada cómo para comprarme un par de buenos vestidos con los que enamorar a un tipo que sea lo suficientemente rico y estúpido cómo para enamorarse de mí perdidamente. Sin hacer preguntas. Claro que supongo que tendré algunos días de viaje para pensarlo bien. Para construir un pasado dramático o triste.
Doy un leve respingo cuando la puerta se abre. Escucho los pasos torpes y apresurados de Theodore y su voz murmurándole algo a la guardia. Me miro al espejo, respiro profundamente, y salgo del cuarto contiguo con la bata aún puesta. Theodore ya se está desnudando, y cuando lo hace con tal urgencia solo significa que ha tenido un mal día y que quiere follar fuerte. Quiere que grite, pero no de placer, precisamente. Cuando me lanza a la cama me golpeo con el cabecero, pero no digo nada. Sin pronunciar una sola palabra, se sube sobre mí y clava su aliento frío, como si estuviera muerto, en mi cuello. Se queda así unos momentos, con sus escasos y tristes movimientos, hasta que le obligo a darse la vuelta y se tumba sobre la cama. Inclinada hacia delante, cuando cierra los ojos y desliza las manos hasta mis caderas, yo palpo tras el cabecero. Durante un instante solo noto madera, pero cuando llego a una hoja que me corta ligeramente el dedo, empuño la daga, la elevo por encima de su pecho, y cuando estoy a punto de clavársela en el corazón, lo suficientemente profundo para que no tenga oportunidad de musitar una sola palabra de ayuda, abre los ojos y su mano intercede. Toma la hoja con las dos manos, y aunque la sangre que le gotea sobre el pecho es suya, no la suelta. Con las mejillas llenándose de aire y vaciándose a la misma velocidad, clava sus ojos en los míos y yo uso toda la fuerza de la que dispongo para empujar hacia abajo. Él, en un rápido movimiento, levanta la cabeza y me golpea en la nariz con la frente. Caigo de la cama y, temblando con violencia, un hormigueo en la nariz que apenas me deja respirar y el olor metálico de la sangre en mi boca, me arrastro por la habitación hasta que siento la seda rodeando mi cuello. Es la bata. La bata que él me regaló. Forma un lazo a mí alrededor, y obligándome a tumbarme sobre él, aprieta con fuerza. Noto su pecho, arriba y abajo, y su respiración entrecortada.
―¿Por qué lo has hecho? ―murmulla entre lágrimas―Yo te quería. Te quería.
Intento pronunciar unas palabras. Quiero decirle que yo también, que todo ha sido una equivocación. Quiero inventarme algo que me salve la vida, pero no puedo decir nada. aprieta, cada vez con más fuerza, hasta que me murmulla al oído:
―¿Quién te ha ordenado esto?
Entonces afloja un poco, y con la voz ronca digo:
―El rey.
Y entonces vuelve a apretar. Yo me clavo las uñas en el cuello, intentando alcanzar la tela, doy patadas al aire con una horrible sensación de quemazón en los pulmones, hasta que la vista se me empieza a nublar. Y entonces, perdiendo la fuerza de mis dedos, sé que voy a morir.
¿Quiénva a quedarse con mis monedas ahora? ¿Con mis sueños?NormW,
ESTÁS LEYENDO
Sangre azul
Historical FictionParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...