Capítulo 37

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―¿Cuándo llega? ―pregunto mientras recorro el pasillo.

―No creo que tarde.

―¿Han ido a dónde les dije?

―Sí señora.

―¿Estaban allí a la hora exacta?

―Sí señora, nadie se ha enterado de que viene hacia aquí. Puede confiar en mis hombres.

Asiento.

―No ha comido nada en todo el día. ¿Quiere que le mande preparar algo?

―No.

―¿Está segura? Puedo hacerlo traer a sus aposentos.

―No.

La puerta de mi dormitorio se abre y Anna asoma la cabecilla.

―Su baño está listo, señora.

―Podéis marcharos.

―Pero...

Abro la puerta para que salgan.

―Fuera―murmullo.

Ligeramente turbadas por mi expresión seria, salen del dormitorio, se despiden con una reverencia, y se alejan por el pasillo.

―Hazla pasar cuando llegue―le digo a Enzo.

―Muy bien.

Entro en el dormitorio, iluminado con un par de lámparas de pared y un bonito farolillo en cada mesilla. Mientras me dirijo al baño me quito el vestido. Ahí, en el taburete que Arienne siempre deja junto a mi bañera, hay un paquete y una carta con el papel ligeramente cuarteado por la humedad. Cuando me meto en la bañera arranco el sello y la desdoblo.

Querida Gaby,

Feliz cumpleaños. He intentado enviar la carta calculando lo mucho que tarda en llegar hasta París el correo, pero no creo que llegue en el día indicado―dos días tarde, pienso―. Sé que para ti debe de ser tan extraño cómo para nosotros no celebrarlo juntos. Con suerte puedes pasarte por la feria y ver al tipo que tanto me gusta tragar fuego. Si lo haces pregúntale su truco. Ahora eres princesa, debe decírtelo o puedes ordenar que le corten la cabeza.

Espero que haya sido un día inolvidable, aunque supongo que, siendo sinceros, no lo ha sido. Espero al menos que haya sido agradable. O pasable. Probablemente hayas hecho todo lo posible para que así sea. No te veo encerrada en palacio, llorando en tu gigantesca cama porque no has podido pasarlo con las personas a las que quieres. Tú no eres así, y espero que nunca te hagan cambiar. ¿Te acuerdas como odiaba París y sus desechos volando por las ventanas? ¿La ansiedad con la que deseaba ser algo más que un sencillo panadero? He tenido tiempo para pensarlo, Gaby, y creo que me he equivocado. Por muy difícil que sea asimilar que el propósito de toda una vida era un error, lo reconozco. Me equivoqué. No me importa decirlo. Estoy aquí encerrado, en una casa preciosa y grande, con unos soldados que no me dejan ir más allá de doscientos metros a bosque a dentro y que solo nos permiten ir un par de veces por semana a la aldea y socializar con otras personas, y lo odio. Esa es la vida que quería llevar, la de grandes mansiones, escudos de armas, fiestas y jornadas de caza, y definitivamente no me gusta. Creí que el dinero daba libertad, pero lo he experimentado y no es más que una cruel broma. La libertad de intentar buscar una vida mejor como buenamente puedas, la de tener el mundo abierto para viajar o probar o experimentar... Esa vida solo te la proporciona la pobreza. Cuando llegas a tener una buena bolsa colgando del bolsillo tienes responsabilidades, amistades que cuidar, negocios que dirigir, fiestas a las que acudir... Supongo que es egoísta pensar en mí cuando tu situación debe de ser mil veces peor. Yo apenas estoy siendo obligado a vivir cómo un noble, pero tú eres princesa. Lo siento. Lo siento mucho Gaby. Siento haber rezado por las noches y desear que nuestras vidas cambiaran. Quizá ya eran buenas vidas. Lo eran. Quizá Dios había sido generoso con nosotros y yo estaba ciego para poder verlo. Probablemente así sea. Con suerte todo vuelva a la normalidad en un tiempo. Puede que unos meses o unos años. Cabe la posibilidad de que encuentren a una princesa bastarda mucho más dócil de lo que tú eres. ¿Qué posibilidad de que un rey francés solo tenga un hijo bastardo?

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora