Capítulo 6

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Me quedo tendida en la cama mucho más tiempo de lo que lo hago habitualmente. No dejo de mordisquearme las uñas de manera nerviosa, intentando buscar la mejor manera de contarle a mi padre lo que está ocurriendo, y cuando por fin parece que me armo de valor, no paso de incorporarme. De sentarme en la cama. Y ya. Cuando intento ponerme en pie las piernas me tiemblan y vuelvo a tumbarme y hacer con mi cuerpo un ovillo. No sé por qué siento tanto miedo. No soy culpable de lo que sea por lo que me busquen, y aun así no es razón para tranquilizarme. Quizá sea porque ha habido muchos inocentes ahorcados, o fusilados. O que todavía permanecen en la Bastilla. Respiro profundamente. Ya tendría que habérselo contado. Ya ha pasado un día completo desde que Jac me avisó.

Muy bien, lo haré. Lo haré ahora.

Me levanto, y con el aire almacenado en mis mejillas, bajo a toda prisa. Quiero hacerlo rápido porque si me paro a pensarlo un solo instante voy a volver corriendo a mi cuarto, a la seguridad de mi cama.

He meditado la idea durante la noche de marcharme. No sé por qué los guardias me buscan, pero no puede ser nada bueno. Los guardias nunca buscan a alguien para darle buenas noticias. Pero, ¿a dónde iría? Mi única familia está aquí, y la idea de abandonarla se me hace insoportable. Esta es mi ciudad, esta es mi vida, y no tengo porqué abandonarla si no he hecho nada malo.

¿Verdad?

―¿Papá?

Está sentado, de espaldas a la escalera, con una mano sobre la rodilla y otra sobre la mesa.

―Acércate Gaby, tenemos que hablar.

Su voz suena ligeramente hueca, lejana, y yo ya sé de qué tenemos que hablar. Se ha enterado. Alguien se lo ha contado. O la propia guardia se lo ha preguntado. Sin poder ver su rostro, rodeo la mesa y ocupo una silla. Él arrastra frente a mí una gaceta especial que han debido de imprimir ininterrumpidamente durante toda la noche.

―¿Qué es?

Pero no me contesta. Su rostro muestra una penumbra preocupante. Cuando cojo la gaceta, solo hay un único titular. No hace mención a la muerte de la princesa Isabelle, como sería habitual en estos casos.

«SE BUSCA EN LA CIUDAD DE PARÍS: CHICA CON EL PELO OSCURO, LOS OJOS CASTAÑOS, Y UNA MARCA DE NACIMIENTO EN EL MUSLO. RECOMPENSA: CINCO SUELDOS»

Los dedos me tiemblan débilmente, así que dejo el papel, de un tacto rugoso y con aroma aún a tinta húmeda, de nuevo sobre la mesa.

―No he hecho nada, te lo juro.

―Lo sé.

―¿Entonces por qué me están buscando?

Mi padre se levanta abruptamente, atraviesa la sala y se sirve un poco de té que ha reposado tanto que ya estará frío. Se vuelve a sentar y le da un par de vueltas con la mirada perdida en el contenido de su taza.

―¿Recuerdas lo que te conté de tu madre, Gaby? ¿Recuerdas lo que te dije sobre Marie?

―Que te pidió que cuidaras de mí porque tenía que irse.

―¿Recuerdas que no me dio razón alguna?

―Sí.

―Te mentí. Si había una razón por la que tu madre te dejara con nosotros.

Deja la taza sobre la mesa. Ni siquiera le ha dado un sorbo.

―Tu madre fue sirvienta en palacio desde los dieciséis años. Venía cuando podía a visitarnos y nos enviaba un poco de dinero cuando ahorraba lo suficiente. Éramos muchos hermanos, y el dinero siempre venía bien. Cuando cumplió veinte años nuestros padres ya habían muerto, yo ya había heredado la panadería, y nos acababan de dar la buena nueva de que Dielle estaba embarazada de tu hermano. Una noche de tormenta apareció aquí, con el vestido escondido bajo la capa empapado en sangre, y un bebé recién nacido entre los brazos. «Tengo que irme―me dijo―. Si la reina nos encuentra nos matará. A las dos. Eduardo no nos protegerá de ella.» Intenté que se quedara, de que se secara, tomara algo caliente y nos explicase todo lo que había ocurrido. De verdad, de verdad que lo intenté. Pero no lo hizo. No se quedó. Nunca más volvimos a verla. Al día siguiente los guardias tocaron todas las puertas de todas las casas de la ciudad, y aquel que preguntaba por lo que estaba ocurriendo se llevaba un porrazo entre las costillas. Cuando se acercaban a la panadería, Dielle y tú os escondisteis en el altillo y no emitiste un solo ruido hasta que lo alborotaron todo y se marcharon.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora