Capítulo 16

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―Mi rey.

Enzo asoma la cabeza por la puerta entreabierta y espera que le haga un gesto con la mano que le permita entrar.

―¿Qué ocurre?

Cavila. Siempre lo hace cuando está a punto de decir algo que le incomoda. Lleva toda la vida siendo capitán de la guardia personal del rey, y aun así todavía no se ha acostumbrado a los entresijos de este sitio. A dar malas o delicadas noticias. A las decisiones que seguramente considera rastreras. Siempre cambia el peso de una bota a otra cuando cree que algo es sucio. Guardias, siempre tan hoAriennebles.

―Es sobre Gaby―dice al fin.

Suspiro. Dejo la pluma a un lado y me recuesto en mi silla. Apenas queda luz y un sirviente se apresura a encender las últimas velas de las lámparas que cuelgan de la pared antes de precipitarse a toda prisa fuera de la sala. Cuando cierra las puertas, murmullo:

―¿Qué ha hecho ahora?

Gaby. Gaby, Gaby, Gaby. Hasta ahora podría decirse que ha sido el mayor molestar de estómago al que me he enfrentado nunca. Y llevo muchos años siendo monarca. Pero esa chiquilla... Se parece a su madre, eso seguro. Tiene el mismo rostro, la misma forma de los ojos y la misma manera de ser insolente con aquellos a quienes debería mostrar respeto. Sí, la mentí cuando la dije que no la amé, pero simplemente porque he amado a muchas mujeres antes y después que ella. Para ella no es más que una desconocida. Para mí, un lejano y dulce recuerdo de una época que se me antoja mucho más sencilla.

―No ha hecho nada, señor―mantiene su sombrero de ala bajo el brazo.

―¿Entonces qué?

Doblo en dos la carta que estaba escribiendo y dejo caer un par de gotas de cera derretida sobre el papel. Después presiono el sello real hasta que se endurece.

―Es su hermano, mi rey.

―¿Mi hermano?

―No sé cómo es posible, pero la noticia de su existencia ha llegado hasta el monasterio de Bethléem. Palacio acaba de recibir una misiva que anuncia que su hermano ha partido hacia París esta misma tarde con la sola finalidad de conocerla.

No puedo evitar saltar de mi silla y moverme de un lado a otro. Lo hago de manera tan precipitada que durante un instante se me nubla al vista y los dedos me hormiguean.

―¿Esta tarde, dices? ―murmullo cuando me recupero.

―Llegará por la mañana, mi rey.

Se apresura, con el sonido de sus espuelas restallando sobre la madera, a dejar sobre los otros papeles que ahora parecen insignificantes la carta abierta de Antoine. Reconozco su letra elegante y apiñada. Hay cosas que nunca cambian.

―Gracias Enzo―murmullo―, puedes retirarte.


Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora