Capítulo 46

2.5K 346 12
                                    

Philip no está cuando me despierto. La luz del día es lo suficientemente fuerte como para tener que esperar unos instantes para que la cama vacía se dibuje ante mí. Probablemente ha esperado a que amaneciera para irse sin hacer demasiado ruido. Supongo que no sería una buena idea que alguien nos hubiera visto en la misma cama, pero ni anoche llegué a deparar en ese detalle, ni la persona que era capaz de verlo todo en palacio continúa por aquí, escondido en las sombras.

Paso la mano por el colchón, pero el lugar que ha ocupado Philip ya está frío. No ha dejado una nota. Un mensaje. Nada.

Cuando salgo del dormitorio y me dirijo a mis aposentos veo a Anna y a Arienne, con sus vestidos de dama, a punto de entrar al cuarto. Yo dudo, pero al final avanzo con decisión y paso por delante de ellas sin mediar una sola palabra. No sé qué ven en mi rostro, pero ni ellas ni el soldado que releva a Enzo me preguntan de dónde vengo en camisola y medias. Rechazo toda oferta de vestirme, peinarme o asearme. Me tumbo en la cama, arropada hasta cubrirme casi por completo, cómo si no fuera más que una adolescente a la que le han roto el corazón y necesita un poco de tiempo y soledad para que se cure. No creo que mis heridas sanen de ese modo, pero tampoco tengo interés en buscar otra manera. No por ahora al menos. Así que me quedo ahí, viendo cómo Anna y Arienne me proponen planes para que me anime un poco. Ir al jardín, o a la biblioteca. Todo se resume a estas cuatro paredes. A esta jaula de oro y cristal. De murales y cortinas pomposas. Cuando al final se cansan, se dejan caer en un par de sillas, y tras unos minutos de silencio comienzan a hablar entre sí. ¿Sobre qué? Bueno, sus conversaciones suelen ir sobre alguna fealdad de la reina, el rey o el príncipe que han hecho a algún empleado de palacio. Luego pasan a tratar temas de París, y por último hablan sobre chicos: Primero sobre los que creen fuera de su alcance. Después sobre los que quizá tengan alguna oportunidad.

―Háblanos más de ese chico, Arienne, ese chico que creías tan interesante.

―Oh, bueno...

Se sonroja un poco. Luego me mira, como si fuera un tema que quizá no me interesara demasiado. Hay pocas cosas de las que hablan que me interesen.

―Vamos Arienne, me encantan las historias de amor.

―Es que ni siquiera sé si es amor, Anna... Él es un buen chico, pero no sé si está interesado en mí.

―¿Por qué lo dices? ¡Pero si eres preciosa!

Se encoje de hombros.

―Creo que le gusta otra chica.

Anna saca la lengua y pone los ojos en blanco para restarle importancia.

―Seguro que no son más que imaginaciones tuyas.

―Solo nos vemos a veces, y nuestras conversaciones son muy reducidas... Siempre está muy ocupado con el trabajo, así que no sé si...

Nunca he sabido muy bien que es lo que los hombres consideran atractivo en una mujer. Vivir junto a una casa de cortesanas te ayuda a darte cuenta de que eso de los prototipos no es más que basura. Cada cual tiene un gusto, una especie de fetiche de la que las prostitutas siempre han sabido aprovecharse. Arienne es una chica muy corriente, con el pelo oscuro, los ojos color avellana y una nariz pequeña y respingona. Es bonita, pero no creo que haya nada que destaque en ella. Anna, que tiene una boca pequeñita cómo la de un ratón, al menos es divertida, simpática y habladora. Habrá hombres que adoren el poco brillo de Arienne y habrá otros que odien que Anna no deje de hablar.

Una misiva llega a media mañana. Es de Jac. Puedo verle llegar a caballo, atravesar la plaza y dar la carta a uno de los guardias antes de echar a trotar de nuevo París a dentro. Minutos después la misiva llega hasta mí. El mensaje es corto y escueto, y llevaba esperándolo horas. Me avisa de que Lottie ha muerto y de que la despedida será esta misma noche. Nada más. La guardo y paso el resto del día dibujando una conversación en mi cabeza que no estoy segura de que vaya a producirse. Al final, cuando empieza a caer el día, me armo de valor y llamo a la puerta. Una voz débil y cansada me invita a pasar. El rey, sentado en un escritorio, se vuelve y no puede evitar un breve gesto de sorpresa al verme allí. Su aspecto parece más enfermizo de lo habitual. En bata, mantiene la espalda encorvada mientras redacta algunas cartas. Ya no parece tener interés en que le recorten la barba.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora