Cuando regresamos a palacio veo la silueta de Latimer en la lejanía. De manera relajada, está apoyado en una de las barandillas de piedra, observándonos en silencio desde la distancia. Latimer siempre está escondido, entre las sombras, así que me provoca un extraño sentimiento de recelo verle ahí. A plena luz del día. Exponiéndose como si de repente no le importara.
Cuando abandonamos los caballos pasamos por delante de él para regresar a palacio. Nos encontramos con el rey que, mucho más amable de lo que es habitualmente, le invita a un refrigero que él reclina amablemente. Se despide, y cuando acompaño a Philip a su carruaje, Latimer está ahí, esperando a que entre de nuevo a palacio.
―Princesa.
Hace una reverencia. Le sale muy bien porque estoy segura de que está acostumbrado a lamer el culo del árbol que mejor sombra de. Yo ni siquiera me paro, y él tiene que trotar unos segundos para alcanzarme.
―¿De paseo con el joven Marsac?
Como no contesto, insiste.
―Es un buen chico, de una buena casa. Seguro que el rey está contento de que aprecie su compañía.
El silencio continúa.
―¿Me permite decir que ha sido una decisión curiosa la de su elección de damas de compañía?
―No, no te lo permito.
Me vuelvo hacia Enzo, que no puede remediar su rostro de disgusto al ver a Latimer caminar a mi lado. ¿Por qué será que todo el mundo le odia? No creo que él se haga esa pregunta. Estoy completamente segura de que conoce los motivos exactos por la que su presencia provoca animadversión a todo aquel con el que se encuentra.
―Por cierto, enhorabuena por su próxima presentación en sociedad. Lo estará deseando.
Sonríe con unos labios finos y unos dientes minúsculos, como los de una rata. Tiene la piel de un amarillo enfermizo y el pelo siempre graso pegado a la frente.
―¿No tienes nada mejor en lo que gastar tu tiempo, Latimer?
―Solo intento ser cortés, majestad. Sé que nuestro primer encuentro fue algo tenso, pero me gustaría que tuviéramos una relación de confianza y amistad.
―Eso no va a ocurrir.
―Sé que en la corte de todo se habla, pero la advierto que no debería dejarse llevar por lo que le digan sobre mí... Puedo ser valioso para vos.
Me detengo.
―¿Valioso?
La gente leal, en la que puedes confiar, se decanta por un camino y lo sigue a pesar de las posibles consecuencias. ¿De qué sirve tener a alguien al lado que va a abandonarte si las cosas no salen bien? De nada. Así que no, por muy útil que Latimer se considere, jamás querría tenerlo a mi lado. Quién sabe lo que tardaría en traicionarme, en vender mis secretos al mejor postor.
―Lárgate, Latimer―dice Enzo apoyándose en la empuñadura de su espada.
Latimer mira a Enzo, que ha avanzado un par de pasos de lo habitual. En ese instante de silencio, una puerta se abre y Theodore, que se disponía a alejarse, nos intercepta. Latimer hace una rápida reverencia y con pasos cortos y rápidos se apresura a reunirse con su amo.
Les observo alejarse hasta que desaparecen.
―Imbécil.
Continuamos avanzando hasta llegar a mis aposentos. Ya allí, me siento en un escritorio, tomo pluma y papel, y redacto una carta. Después de estampar el sello contemplo la cera desbordada y espero pacientemente a que mis damas de compañía regresen observando los jardines a través de la ventana. Cuando lo hacen, cuando por fin aparecen, le entrego la carta a Arienne.
―No quiero que la lleve un emisario de palacio. Confío en ti. ¿Llegará a su destino?
―Lo hará mi señora. Tiene mi palabra.
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Sangre azul
Historical FictionParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...