Capítulo 39

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―Sin duda alguna la casa Marsac organiza las mejores fiestas de todo París.

―Sin duda, sin duda.

―La señorita Charlotte se ocupa de todos los detalles y es realmente resolutiva haciéndolo. ¿No crees? Es una muchacha con un gran espíritu.

―Y extremadamente inteligente.

―A nadie le sorprendería que, cuando se case con algún joven rico de Francia, celebrase fiestas todos los fines de semana.

―Eso si llega a casarse. No parece que ningún joven de esta ciudad le parezca suficiente.

―¿Suficiente qué?

―Suficiente interesante, supongo, cómo para casarse. Claro que aún es joven...

―Pero todas las flores se marchitan.

Las damas que casi rozan esa edad a la que todas odian llegar y que han bajado de su carruaje antes que nosotros, caminan a un par de pasos de distancia y finiquitan sus últimos comentarios sobre la familia antes de entrar en la residencia de los Marsac. Supongo que no quieren que las escuchen destrozar a la descendiente más joven. Claro que si no lo hacen ahora lo harán mañana, cuando hayan descansado de la fiesta y pasen la tarde tomando té y destripando cada suceso que haya ocurrido a lo largo de la noche.

El patio interior está iluminado por farolillos y una cadena de ellos lleva hasta el interior de la casa. Es mucho más humilde de lo que podría haber imaginado. Al fin y al cabo, es la casa noble más poderosa de toda Francia. Los techos siguen siendo altos y los ventanales gigantescos, las salas mal aprovechadas y los muebles tapizados con cuidado, pero el aspecto de este sitio se aleja mucho del estilo de palacio.

Cuando entramos al salón una multitud cubierta con máscaras se vuelven hacia las puertas. Esto me recuerda terriblemente a mi presentación en sociedad. Las mujeres que caminaban por delante de nosotros y que no se han percatado de nuestra presencia aún se ruborizan creyéndose el foco de todas esas miradas curiosas, pero cuando se vuelven y me ven, sus rostros palidecen un instante. Se colocan rápidamente sus máscaras para cubrir sus rostros y se alejan a toda prisa para esconderse entre la gente. No sé si alguien se ha dado cuenta de su pequeña confusión. Aparte de ellas. Y de mí, claro. Si es así, si solo nosotras lo sabemos, prometo guardarlas el secreto.

Pasado el impacto inicial de mi presencia, saludo amablemente a unos pocos nobles que se acercan para darme la bienvenida. Supongo que ya han empezado a habituarse a mi presencia. Claro que las habladurías continuarán durante mucho, mucho más tiempo, pero al menos ya no me miran de esa forma que usaron en la presentación. Como si fuera una bestia traída del Nuevo Mundo. Alguien que está dónde no debe estar. Tienen razón, después de todo, pero quizá a ellos ya se les ha empezado a olvidar dónde nací. O no. Nunca me ha importado demasiado lo que piensen, así que no voy a empezar ahora a preocuparme.

Reviso el salón. No hay rastro alguno del príncipe Theodore. Según el propio Enzo: «No quiere fingir que mi presencia le agrada.» No sé si lo ha escuchado de su propia boca (no porque él se lo haya dicho, sino porque lo haya escuchado sin querer), o es sencillamente es una apreciación basada en la observación y los hechos que acontecen desde hace un par de meses. Sea cómo sea supongo que no quiere fingir que hay una buena relación entre ambos, aunque todos sepan que no es así, o tener que bailar de nuevo, aunque sea lo menos que le apetece en el mundo. No quiere aparentar, y en un mundo como este, eso es extremadamente complicado. De acuerdo. Es decir, a mí tampoco me apetecía tenerlo aquí.

Charlotte se abre paso entre la gente de manera deslumbrante. Triunfal. La multitud no tiene más remedio que apartarse para dejar pasar la enorme falda de su vestido, así que supongo que eso refuerza el efecto de que sobresale sobre el resto. Entallada en un corsé verde marino y el rostro cubierto por una máscara del mismo color, hace una reverencia cuando llega hasta mí.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora