Capítulo 40

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―Ha sido una velada encantadora, ¿no cree milady?

Anna, a mi espalda, me desabrocha el corsé del vestido con leves tirones. Veo su reflejo a través del espejo, hablando sin parar sobre lo bien organizado que estaba todo y lo atenta que fue Charlotte con nosotras. Apenas nos habíamos bajado del carruaje y ya estaba hablando sobre la siguiente fiesta a la que asistir. A mí todavía me resuena la música en los oídos y siento el agrio sabor del champán bajando por la garganta cuando trago saliva.

―¿Por qué tanto interés en las fiestas?

―Son divertidas.

―Buscas alguien con quien casarte, ¿verdad?

Anna se sonroja un poco, y medita con cuidado lo que está a punto de decir:

―Mi padre es un hombre anciano, señora. Aparte de mí tiene otros cinco hijos que criar y una esposa enferma que cuidar. Yo soy la más mayor, y según él ya debería de estar casada y ayudarles con la economía familiar. Esto, convertirme en dama de compañía, fue una grata sorpresa y una oportunidad de optar a un matrimonio mucho más ventajoso para mí y mi familia.

―Ya veo.

―Claro que me da miedo casarme sin estar enamorada, pero el tiempo apremia...

Le doy un par de palmaditas en la mano. Por primera vez desde que la conozco, veo angustia en sus ojos y en su voz.

―Podrías enamorar al chico que gustes, Anna. Estoy segura. Eres una persona encantadora y alegre. Al menos más que yo.

Sonríe débilmente, halagada. Creo que está a punto de decir «gracias mi señora», y añadir una reverencia, pero al final no lo hace.

―¿Y vos? ¿Quiere casarse?

Dibujo un ligero mohín.

―No es mi prioridad.

―Oh, bueno, supongo que aún tiene tiempo... Pero la multitud estaría mucho más conforme si estuviera comprometida antes de que la coronasen reina. Sobre todo esa gente que no está muy conforme con que una mujer llegue al trono... Que tuviera a un buen hombre a su lado seguro que les tranquilizaría.

Lo pienso con detenimiento. Anna es mucho más inteligente de lo que puede aparentar en un primer instante. Es atenta, observadora y sabe escuchar y comprender.

―Yo creo que al joven Marsac le gusta. Siempre es muy atento con vos, y cuando no se da cuenta, la mira atentamente y con una sonrisa en los labios.

Lo imagino durante un instante. Ya lo hice una vez, hace mucho, pero no con Philip. Me imaginé casada con Jac, en una íntima ceremonia rodeada de putas y de personas con mala reputación. Aquella visión nunca iba más allá del momento del enlace y la posterior celebración. Nunca llegué a imaginarme una vida en común con él dos o tres años después de abandonar el hogar familiar y compartir lecho. Era cómo verme en mi presentación de sociedad. No se dibujaba en mi cabeza. Hasta que ocurrió, claro. Supongo que con Philip sería distinto. Habría un montón de nobles y de gente de buenas familias. Probablemente nos casaríamos en la catedral de Notre Damm, y vendría gente importante de otros países. Otros reyes y otros príncipes, imagino. Quizá, para más inquina, sería el cardenal Breslau quién oficiase la celebración. Puede que la idea de ver a Philip esperando al final de una iglesia no sea del todo desagradable, pero sí imposible. Acepté mi presentación en sociedad, pero obviamente no voy a llegar a ser reina. Antes de eso, o consiguen matarme, o consigo que todo este circo acabe de una vez.

―¿A vos le gusta?

―¿Eh?

―Philip Marsac. ¿Le gusta?

―Es muy agradable―digo con cautela.

―¿Agradable? Es un gran partido. Todas las damas de París lo quieren para sus hijas, y no son tontas al pincharlas para lucirse ante él en cuanto tienen oportunidad.

―¿Tú crees que le gusto?

―¡Pues claro! Cuando entras en la sala no tiene ojos para nadie más. Solo hay que fijarse un poco, señora, no hay que tener diez ojos para verlo. Con dos es suficiente. ¿Qué? ¿Qué ocurre?

―Nada.

Anna suspira de manera soñadora y, en un gesto de confianza, coloca mi mano sobre mi hombro.

―La vida está llena de cosas aterradoras, señora... Pero sería reconfortante contar con alguien que no va a soltarte cuando todo parezca venirse abajo, ¿no cree?

El vestido cae a mí alrededor, y la manga arrastra la pulsera de Jac, que cae sobre la tela sin emitir un solo sonido. Anna se precipita a recogerla y a devolvérmela.

―Es un regalo―digo antes de que pregunte.

―Es muy bonita.

Anna se dirige a la cama y coloca las sábanas. Lo odio. Me hace sentir cómo cuando era niña y mi madre me atosigaba con los almohadones y las mantas, intentando protegerme del frío cuando era invierno. Pero Anna, por mucho que le insista en que no lo haga, lo hace. Se toma muy en serio sus responsabilidades como dama.

―¿Te la ha regalado alguien especial?―murmulla mientras apaga las velas y yo me acomodo.

―Sí.

―Eso está bien.

Miro a Anna apagar las últimas velas. Cuando estamos completamente a oscuras, hace una reverencia en la oscuridad:

―Descanse.

Y aun cuando se ha marchado, las puertas están cerradas y sus pasos se alejan por el pasillo, en un palacio que hace horas que duerme, yo mantengo los ojos muy abiertos, acariciando el frío metal que cuelga de mi muñeca.

idi.��|u� 

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora