Arienne y Anna creen febrilmente en la teoría de que Latimer fue quien mandó a ese pobre diablo de Attali a matarme. Probablemente todos lo hagan. Y aunque siempre es disfrutable que un plan salga bien, me gustaría olvidar el tema cuanto antes. Es obvio que ellas no van a dejarlo pasar tan fácilmente. Probablemente hablen sobre ello semanas. ¿Y qué puedo hacer yo? No mucho más que escuchar en silencio, de manera distraída, cómo si pensara en otra cosa y no quisiera participar en la conversación.
―¿Cómo no iba a hacerlo? No es más que veneno. Veneno, veneno, veneno.
―Seguro que quería servirle tu cabeza en bandeja al príncipe para que le diera un cargo importante cuando fuera rey.
―¿Al príncipe? ¡Será a su mamá! ¡Ella corta y reparte por los dos!
―Que valentía.
―Que desfachatez.
―¡Seguro que lo hubiera vuelto a intentar si ese tipo hubiera logrado escapar!
―¡Seguro!
―Es una rata.
―Pero una rata que ya no está en palacio.
―Ni en París.
Y hablando de ratas. Un grupo de ellas ha corrido callejón arriba, atravesando todo París desde dónde nace la mugre de esta ciudad, y se han colado en palacio. Se han acomodado en algún rincón oscuro y cálido y han tenido crías. Montones de crías, en realidad. Ahora la corte es una mezcla de chillidos que se escuchan cuando te quedas en absoluto silencio, gritos ahogados de sirvientas asustadas que encuentran a un roedor comiéndose el pan que han dejado sobre la mesa de la cocina, y trampas sin ninguna utilidad que se reparten por todas partes. Son ratas de ciudad, han sobrevivido a cosas mucho peores. El rey está cómo loco. Creo que nunca le he visto tan involucrado en un tema de palacio cómo en este. No deja de presionar a Jarvis para buscar una solución, y Jarvis no deja de traer a palacio a alquimistas y gente de todas las clases para que lo solucionen de algún modo. Veneno, más trampas o más veneno. La desesperación es proporcional a la cantidad de especialistas en plagas que pasan por aquí cada día.
Aparte de las ratas todo está tranquilo. Mucho más de lo que imaginaba, supongo. Bueno, hace dos días un soldado de la guardia se asustó, disparó a una rata, y en vez de dar en el blanco voló por los aires un fresco recién pintado. Y ya. Probablemente sea lo más interesante que haya pasado en todo este tiempo.
Respiro profundamente. Estoy en la que probablemente es la habitación con mejor iluminación de todo palacio. Estoy sentada con uno de esos vestidos que Ada no deja de hacerme. Creo que soy su muñeca de pruebas, su maniquí viviente. Le encanta hacer cosas que ella considera novedosas, como usar telas de colores chillones, mangas cortas y escotes distintos al típico corte recto. A mí no me importa. Nunca he tenido más de un vestido ni más de un par de botas en el armario, así que no tengo la necesidad de prestarle atención a algo tan banal cómo el vestuario. Frente a mí, a cierta distancia, hay un hombre vestido con leotardos y una camisa arremangada más allá de los codos. Tiene el pelo muy corto y un bigote puntiagudo y extraño. De vez en cuando se asoma de su lienzo y me hace una breve indicación para que levante la barbilla o regrese a mi gesto «de serenidad real». Ni siquiera estoy segura de qué es eso.
Anna y Arienne están sentadas un poco más allá, abanicándose mientras hablan de todo un poco. Al final terminan por hablar sobre caballeros. Supongo que ahora que son damas tienen acceso a una clase de chico que antes solo hubieran visto tras las puertas de servicio. Mencionan algunos nombres que yo no recuerdo pero que insisten que sí, que sé, que son personas que conozco y que me saludaron en mi presentación en sociedad. Ni idea.
No sé cuáles eran sus esperanzas en la vida. No sé si siendo sirvientas eran tan ambiciosas cómo lo fue Opie o si simplemente eran feliz con la sencillez de su día a día. Quizá sí, pero ahora que unas cuantas puertas se han abierto, sus horizontes se han ampliado. ¿Podría culparlas? No, supongo. No hay nada de malo en querer enamorarte, y si es un buen muchacho de una buena casa que pueda sacarte de aquí, mejor.
Arienne menciona con una risita a un muchacho que ha conocido hace poco y que cree, según sus palabras, es «interesante». Muy maduro y adulto, mucho más que el resto de los chicos de su edad, con las cosas claras en la vida. Anna intenta sacarle por todos los medios un nombre, pero Arienne prefiere hacerle de rabiar y no decir una sola palabra. Son cómo Etta, cómo Lottie y Celia y Agnes. No dejan de chincharse sin parar. Al final Anna se enfurruña y Arienne le contesta que le conoció en París, pero que no va a decirle nada más porque ni siquiera sabe si tiene interés en ella. Y entonces se intercambian unos pocos halagos corteses y amables hasta que llaman a la puerta y Jarvis aparece con un sobre en una bandeja.
―No haga un solo movimiento, milady.
Pongo los ojos en blanco, y Anna se apresura a levantarse y coger el sobre.
―Léelo en voz alta.
―Es una invitación. ¡A una fiesta! ¡Por fin! ¡Creí que nunca iban a invitarla señora!
Carraspea, y con voz ceremonial, recita:
La casa Marsac tiene el placer de invitar a la princesa Gabriella (y acompañante o acompañantes) a la fiesta de máscaras que se celebrará el próximo sábado en la residencia familiar.
Rogamos confirmar asistencia.
―Paso.
―¿Qué?
Ese qué suena más a una súplica al borde del llanto y la desesperación que una simple pregunta. Trota hasta llegar a mi silla y se arrodilla a mis pies.
―Por favor, será divertido.
―Creo firmemente que la hermana de Philip me odia.
―Probablemente no sea ella la que te invite.
Suspiro y miro a Enzo, pero él permanece en ese estado de invisibilidad que adquiere cuando está ante una conversación que no le incumbe.
―Hace apenas unos días que han intentado matarme, así que no creo que el rey quiera que vaya a una fiesta...
―Pero va Enzo, que ha demostrado que es un guardia muy capaz en sus quehaceres. Además... Estoy segura de que el rey querrá que empiecen a llamar pretendientes a tu puerta. ¿O es que vas a ser una reina soltera? El rey no lo permitiría. Daría muy mala imagen.
No había pensado en ello, pero mientras Anna revolotea a mí alrededor no puedo quitármelo de la cabeza. Al final suspiro. Hincho el pecho y luego suelto el aire muy despacio.
―Por favor...
―De acuerdo.
―¡Genial! ¡Iré a avisar a Jarvis para que envíe inmediatamente la confirmación!
La sigo con la mirada, sin mover un solo músculo de mi rostro, trotando por la sala con el vestido recogido hasta que sale de la habitación.
―Serenidadreal, princesa, recuerde, serenidad real. -����Ð
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Sangre azul
Historical FictionParís, 1638, XVII. Gaby nunca ha dado un paso más allá de la verja que separa la plaza con palacio. Para ella el mundo que se erige a ese lado es desconocido y extraño. Gaby pertenece al bajo París, al de la podredumbre, las rameras y los borrachos...