Siempre evité correr, es de las tareas más agotadoras que tuve que hacer en mi vida, pero en este momento poco me importa. He corrido lo más rápido que me han permitido las piernas. No me he parado siquiera a disculparme con las personas que, para su mala suerte, se atraviesan en mí camino y terminan chocando estrepitosamente conmigo.
Las lágrimas que han inundado mis ojos me obstaculizan la visión, no importa cuánto intente dejar de llorar, no puedo ni podré. Mi camino se ve cada vez más borroso, siento que no puedo con el peso de mi cuerpo. Justo cuando me siento desfallecer, al fin frente a mí el gran edificio me da la bienvenida. Corro inmediatamente hasta el ascensor, pero éste como suele ser costumbre con los ascensores, no llega de forma inmediata. Decido no perder más tiempo y tomo la opción de seguir corriendo, esta vez escaleras arriba. Aún con todo el cansancio, con la sensación de que mis piernas están a punto de fallarme y que mis rodillas no aguantan. Yo misma no creo poder aguantar.
Cuando siento que el cansancio no me permitirá subir ni un solo piso más, veo frente a mí el ascensor abrirse. Dentro hay muchas personas apretujadas y alguien presionó el botón para que las puertas se cerraran. Disparada entro en el cubículo casi siendo atrapada por las rígidas puertas metálicas, pero finalmente consigo mi objetivo.
Quienes están conmigo en aquel apretado lugar me miran desconcertados, seguramente preguntándose por qué luzco tan mal. La lluvia había provocado que de mis prendas escurriera agua y que esto incomodara al resto. Aunque, después de unos segundos el tema termina dejándoles de importar, ya que solo apartan la mirada.
Llego hasta el punto de encontrarme completamente sola dentro del ascensor, nada más yo y mi propio reflejo que me muestran una versión mía que jamás pensé ver. No es más que una versión demacrada, arruinada. A punto de llegar hasta el último piso y tener que hacerle frente a mi cruda verdad, aquella verdad que quisiera no fuera cierta, que solo fuera una despiadada mentira suya.
Al fin llego al último piso del edificio, el trayecto se me hizo interminable, no puedo estar más desesperada al caer en cuenta de que el tiempo sigue pasando y probablemente ya sea tarde. Debo subir unas últimas escaleras que me llevarán hasta la terraza, donde él me dijo que estaría, esperándome.
Al llegar encuentro a quien busco, de espaldas, apoyado sobre el barandal, mirando hacia abajo completamente desconectado de la realidad. Como si no le importara realmente que se encontraba a esa altura.
Yo por mi parte, no podía dejar de temblar y con mis pasos logro llamar su atención. Al voltearse me encuentra allí parada frente a él, me muestra sus blanquecinos dientes en una triste sonrisa. Su cabello se le ha pegado a la frente, se encuentra en un pésimo estado, con azuladas ojeras bajo sus ojos, la ropa harapienta y un aspecto de no haber tomado una ducha en mucho tiempo. Se ve cansado, muy cansado.
Intento acercarme a él, pero no puedo. Seguramente por eso me citó aquí, sabiendo que le temo a las alturas. Ese seguramente era su objetivo, impedir que me acercara para persuadirlo, para consolarlo, para hacerlo sentir un poco menos peor.
Extiendo mi mano.
—Ven. —El viento es fuerte a esta altura, casi tan fuerte que sería capaz de arrastrarme con él.
—La vista es hermosa desde aquí... Ojalá pudieras verla. —Su mirada se ha perdido en mí, repasa cada centímetro de mi cuerpo con sus brillantes ojos, al tiempo que las lágrimas se hacen presentes en ellos.
Me pongo de rodillas frente a él.
—Ven conmigo, por favor. —Extiendo ambos brazos esta vez. —Por favor.
Tuerce la comisura de los labios en una sonrisa.
—Sabes que siempre te he querido, ¿verdad? —Suspira. —Eres la chica más hermosa del instituto. La más hermosa del mundo, Alex.
—Tú también eres el chico más lindo...
Suelta una risa fingida.
—Los dos sabemos que no es cierto, tú siempre has sido demasiado perfecta para mí.
—No digas tonterías, ven aquí de una vez. —Agito mi cabeza de un lado al otro. —Te amo demasiado, no sabré vivir sin ti.
No se acercó a mí en ningún momento. Yo, por otro lado, me encontré inmóvil por la aterradora sensación de haber subido tantos pisos. Aunque el hecho de que el chico que más he amado se encuentra al borde del precipicio, parece darme la fuerza que necesito para avanzar.
Me levanto y empiezo a caminar lentamente hacia él.
—Aprenderás a vivir sin mí. —Dice. — También te amo, mi preciosa hada mágica.
En seco me detengo intentando asimilar lo que acabó de suceder. Él en un movimiento rápido se subió sobre el barandal, mirándome con esa característica sonrisa suya en los labios, abrió los brazos y se dejó caer.
Un grito ensordecedor salió de mi garganta, mis piernas no resistieron y mis rodillas se doblaron haciendo que cayera al suelo. Grité con todas mis fuerzas "Te amo" con la esperanza de que él me escuchara. Cubrí mis oídos y cerré los ojos fuertemente. Después de unos largos segundos, los gritos de horror de las personas que se encontraban abajo llegaron hasta mis oídos, a pesar de que estaba cubriéndolos, eran demasiado cercanos.
Todo se volvió oscuro a mí alrededor, el cielo perdió su color, no había absolutamente nadie más, me sentía sola, vacía. Como si él se hubiera llevado mi corazón consigo. Dejé de luchar, me dejé vencer por el dolor y el cansancio. Mi cuerpo falló y lo último que logré sentir fue que me golpeé la cabeza al desmayarme.
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Obsesión
Teen FictionÉl termina con su vida, saltando de un precipicio frente a Alex. El mismo chico que la amó y le dejó profundas notas de amor en su casillero, decidió lanzarse y dejarla sola. Pero...¿Por qué lo hizo?, ¿por qué frente a ella? Y la pregunta más impo...