Capítulo 39

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Las gotas de lluvia se estrellaban contra el vidrio de mi ventana, una a una, llegaban hasta el cristal y se deslizaban dejando detrás de sí su rastro, así como todas las demás. El cielo no mostraba más que nubes tristes que le daban un efecto gris a la ciudad entera, lloraban sobre las personas que, para su desgracia, no lograron resguardarse de la fuerte tormenta.

Para mí era un deleite, poder escuchar el fuerte sonido del agua contra el suelo, poder sentir el calor que mi amado suéter me provocaba. Poder beber de mi café sin tener que esperar a que se enfríe. Podía ver como los árboles se movían de un lado al otro gracias al fuerte viento, como sus hojas eran arrancadas y caían al suelo para allí ser arrastradas por el agua, para morir.

Aunque fuera difícil de creer, me gustaba la lluvia, casi tanto como los días soleados. Sentía que era capaz de limpiar la impureza de la gente, el odio, la maldad, la envidia. La lluvia es maravillosa. Adoraba sentir como mi piel se estremecía cuando sentía frío, como con tan solo beber algo de café, lograba satisfacer esa necesidad física de buscar algo de calor.

Dibujé sobre el vidrio de la ventana cientos de corazones. Cuando se me terminaba el espacio para dibujar emanaba aire caliente de mis labios para volver a empezar. Y es que así me sentía, tenía ganas de expresarme haciendo garabatos en la ventana.

Una y otra vez revisé la nota de color azul que me había dado Miles esta mañana, cuando llegó del supermercado con mi madre. Mi corazón se aceleraba cada vez que la leía, como si el mismísimo Miles me estuviera hablando en persona.

"Hoy treparé por una ventana, esperando que mi pequeña hada la deje abierta y que, al llegar hasta su alcoba, su sonrisa me ilumine como lo hace siempre. Espero que sus ojos verdes penetren mi alma. Y con la esperanza de que ella me brinde un poco del néctar de sus labios.

Spencer Miles."

Leí nuevamente, mis rodillas se movían involuntariamente gracias a los nervios. Probablemente Miles estaría esperando a que la lluvia cesara, que le fuera posible al menos cruzar la calle sin empaparse por completo.

Yo por mi parte, estaba ansiosa. Quería que llegara de una vez. Haberlo visto no más de cinco minutos en la mañana, me había hecho desear poder estar con él el día entero. Mamá había salido, dijo tener asuntos pendientes en su trabajo, no volvería hasta la noche. Tampoco era mi intención quedarme completamente sola el resto del día.

Entonces vi a alguien correr hasta mi patio trasero, llevaba consigo una escalera y una bolsa plástica, su rostro estaba cubierto por la capucha de su chaqueta. Saltó la cerca sin dificultad, dejó la escalera a un lado para hacerlo. Cuando estuvo bajo mi ventana, de inmediato la abrí para que no tuviera inconvenientes al entrar. Aparté la silla en la cual estaba sentada para dejarle el camino libre. Aunque mi madre no estuviera, Miles no quería que los vecinos lo atraparan entrando en mi casa, eso restaría muchos puntos a los ojos de mi madre.

Miles ya estaba subiendo por la escalera, parecía todo un experto. Estuvo en mi habitación en un tiempo récord, de su ropa caían gotas de agua. Ahora que lo tenía cerca podía ver su rostro, por su cabello también descendían pequeñas perlas cristalinas. Su labio inferior temblaba, así como sus hombros. Su rostro estaba enrojecido quizá por el esfuerzo de cargar con una escalera tan pesada mientras corría.

Durante unos largos segundos me quedé así, sólo observándolo sin poder hacer nada más. Su mirada hacia que mis músculos no reaccionaran, que mi respiración fallara, que mis latidos se aceleraran. Reaccioné después de un rato, él estaría muriendo de frío. Corrí al baño sin mediar palabra, tomé de allí una de las toallas que mi madre dejaba en el colgador. De inmediato estuve a su lado de nuevo, esta vez lo rodeé con la toalla que fui a buscar.

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora