Capítulo 54

711 124 21
                                    

Habría recogido mi suéter y mis pertenencias, pero por desgracia estaban en el auto de Miles. Me habría quedado para hablar con los chicos, pero no lo hice. Mi instinto fue simplemente salir del lugar empujando con brusquedad a todo aquel que se cruzara en mi camino, derramé un mar de lágrimas e intenté comprender todo lo que mis ojos habían visto. Pero nada de eso cabía en mi cabeza, no podía creer absolutamente nada. Me sentía como si hubiera sido transportada a una realidad completamente distinta a la que conocía, una en donde Miles era capaz de hacer cosas como esa.

Cuando mi piel fue golpeada por el frío de la noche y vi alzarse sobre mí un cielo estrellado, por alguna razón ya no me parecía tan hermoso. Traía a mi mente el recuerdo de unas adorables pecas, unos ojos oscuros, unos labios que me juraban mil cosas hermosas.

Mi camino se nubló gracias a las lágrimas que derramé. La felicidad que hasta hace poco poseía parecía un lejano recuerdo, algo que no volvería nunca más. Y odié el simple hecho de haberme quedado allí todo el tiempo perpleja, por no poder comprender absolutamente nada, por no pensar en las posibilidades. Quería reaccionar de alguna manera, pero no pude, quise llamar un taxi, pero parecía ser una tarea demasiado difícil.

Caminé un par de calles, miré a mi alrededor y no encontré a nadie en absoluto, todos estaban dentro de sus casas, quizá durmiendo o disfrutando de una espléndida noche. Cosa que, por desgracia, no podía ser mi caso. Yo lentamente moría mientras repetía una y otra vez las imágenes en mi cabeza.

Me dejé caer sobre la acerca, me quité los tacones que habían atormentado a mis pies desde el principio de la noche. Y fue allí cuando vi nuevamente aquel cielo nocturno que se derrumbaba sobre mí, aplastándome, asfixiándome. Hundí mi rostro en mis manos y seguí llorando, tanto que incluso podía llegar a pensar que contaba con una fuente inagotable de lágrimas. Quería estar en casa, pero no sabría qué decirle a mi madre al volver, ni siquiera tenía alguna idea de cómo pronunciar palabra alguna al respecto.

Mi madre lo comprendería mucho menos que yo, cualquier persona a la que se lo dijera. Y yo misma traté de sustituir aquella imagen angelical que tenía de él con la que realmente era, pero no pude. Aun cuando pensaba en él me provocaba correr a sus brazos, aunque en ellos estuviera sosteniendo a otra.

Escuché un auto acercarse por la desolada carretera, no vi otra cosa que las cegadoras luces. Éste se detuvo justo frente a mí, acto seguido de dentro del vehículo vi salir a alguien, la silueta de un hombre alto y fuerte. Estaba lo suficientemente aturdida como para reaccionar a tiempo, esa persona se acercaba cada vez más a mí, sus pasos eran largos y rápidos. Llevaba un traje puesto, como si viniera de alguna fiesta.

Cuando estuvo frente a mí fue que pude distinguir su rostro, lo miré asustada de pies a cabeza y traté de tomar mis zapatos, los había dejado a unos cuantos centímetros de mí. Intenté borrar de mi rostro todo rastro del reciente llanto y pretendí levantarme. Él me lo impidió, me empujó de nuevo al suelo y sonrió de una manera que me provocaba calosfríos.

—¿A dónde vas, hadita? —Habló.

—S....Samuel. —Dije apenas con un hilo de voz.

Sin aviso previo sentí un fuerte golpe en mi rostro, luego otro y un último que me hizo perder por completo el conocimiento.

Sentí como si mi cuerpo pesara toneladas, el lado izquierdo de mi cabeza dolía y palpitaba. Noté que mi nariz se encontraba húmeda, llevé una mano hasta ella para descubrir de qué clase de líquido se trataba. Abrí los ojos para que se me facilitara la tarea, pero el problema era que no había luz alguna como para distinguir nada en absoluto.

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora