Epílogo

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Me daba la sensación de que ya no conocía nada a mí alrededor, a pesar de que estaba yendo de manera casi automática a aquel restaurante que vagamente recordaba. Estaba feliz de poder ir en busca de aquello que me hacía sentir bien. Casi podía percibir el olor de aquella comida deliciosa que servían en ese lugar, además de los amables meseros y el aroma frutal del ambiente. Por poco escuchaba la suave música de fondo que tranquilizaba mis oídos y me transportaba a lugares distintos cada vez.

Miré por la ventana del autobús y busqué algo que me hiciera regresar un poco en el tiempo. Me sentía como una nueva persona, en una ciudad desconocida, desorientada. Nunca se me hubiera ocurrido que recorrer esas calles sería para mí una hazaña, varias cosas habían cambiado.

El viejo árbol que recordaba junto al semáforo, ya no estaba. La tienda de una anciana mujer acompañada por su perro se había convertido en una barbería, el parque en el que se reunían los niños de una escuela cercana, se encontraba en muy malas condiciones. Definitivamente esa ciudad en la que nací y viví la mayor parte de mi vida, ahora no es más que un borroso recuerdo. Al menos pude pensar en que mi casa seguía siendo la misma, mi vecindario no había sufrido grandes cambios y aún conservaba las mismas amistades.

A pesar de que casi todo parecía ser nuevo para mí, seguí sintiendo dentro de mi pecho la emoción de que me encontraba en el lugar correcto, al cual pertenecía, donde siempre sería bien recibida. Al asomarme por el cristal encontré allí un gran edificio, que con solo verlo me trajo recuerdos. Se me erizó la piel al traer a mi memoria cada acontecimiento que ahí había ocurrido. En todo el tiempo transcurrido, lo único a lo que no había podido enfrentarme, era ese lugar.

El autobús se había detenido allí mismo para dejar a algunos pasajeros. Y en ese preciso momento me pregunté cómo sería todo ahí dentro. ¿Tendría todavía esos neutros colores en sus paredes, los mismos costosos adornos colgantes y lujosas alfombras? Y eso que me inquietaba más: ¿Encontraría ahí dentro al mismo recepcionista? ¿Aún conservaba esa sonrisa que me mostró la primera vez que crucé la entrada? Quería averiguarlo.

Me levanté de mi asiento y salí de inmediato del autobús. Intenté encontrar dentro de mí algo de seguridad, necesité un poco de tiempo para poder caminar. Crucé la calle y subí las escaleras, recorrí la pequeña plaza e inevitablemente miré junto a mí un punto fijo en el suelo, aproximadamente a tres metros de distancia, mi cuerpo tembló entero. Sí, ese era precisamente el lugar al que habían ido a parar mis ilusiones de ese entonces.

Cuando reparé en lo que hacía, aparté inmediatamente la mirada. No podía quedarme sólo observando un lugar, llenando mi cabeza con cosas que ya no debían estar allí. Cerré un segundo los ojos y luego continué, entré antes de que mi mente me jugara otra mala pasada. Había aprendido a afrontar mis miedos, esa no sería la excepción.

Fui hacia la recepción, no sin antes repasar con la mirada cada rincón. Todo estaba exactamente igual.

—¿Buenas tardes?

Reconocí esa voz de inmediato, sonaba ahora un poco más cansada, pero era la misma. Giré para mirarlo, no sin antes ofrecerle una amplia sonrisa.

—¿Alex? —Estaba anonadado, su expresión me lo dijo todo. —¿Co.... cómo estás? Ha pasado tanto tiempo.

Extendió sus brazos, inmediatamente le di el abrazo que él me ofrecía. Al hacerlo, recordé sus bromas y jugarretas, cada vez que provocaba un sonrojo en mi acompañante, cuando simplemente nos alegraba el día.

—Bastante bien, Alexander. ¿Y tú? —Hablé una vez que concluyó el abrazo.

—Muy bien, Alex. —Se le escapó una sonrisa. —Vaya, no había pensado en que a mí me llamaban Alex en el instituto. Qué curioso que ahora me dé cuenta de eso. —Suspira. —En fin, ¿Dónde has estado todo este tiempo?

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora