Capítulo 42

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No podía estar más adolorida, parecía que sobre mis hombros cargara con un peso enorme, mis piernas estaban a punto de desfallecer y en general mi cuerpo no podía cargar con su propio peso. Odié con todas mis fuerzas al profesor de gimnasia, no hacía más que sentarse con una hamburguesa en la mano, mientras que cualquiera de sus estudiantes podría estar desmayándose.

Agradecí al cielo que podía compartir al menos esa clase con la única persona que estaba dispuesta a darme ánimos, y se mantenía detrás de mi mientras corríamos alrededor de la cancha para evitar que cayera en cualquier momento. Además de que se sentía en la libertad de decir cosas graciosas y así hacer que pudiera olvidar el cansancio. Y es que amaba como me hacía sentir en los momentos más terribles, cuando sacara una mala calificación o simplemente cuando estuviera muy triste o cansada, ella era capaz de hacer que me mantuviera sonriente en un día tan terrible como este.

Aunque una clase de gimnasia no es lo único que tengo que aguantar cada día, debo hacerme a la idea de que cada vez que tome la mano de la persona que tanto amo y me hace feliz, tendré que cargar con miradas e insultos. Que ella y yo no podemos ser libres porque la sociedad así lo quiere. No podemos regalarnos un beso sin que una madre que pase por la calle con sus hijos instintivamente cubra los ojos de los pequeños.

Me he cambiado la ropa de ejercicio por algo más cómodo, ella se ha ido antes en busca de Alex. Una vez que estoy lista, cruzo la puerta de los vestidores y no puedo evitar torcer los ojos ante el ser más horrendo que ha escupido la tierra. Siempre riéndose de mis desdichas, mirando cómo estoy a punto de desmayarme del cansancio sin hacer nada al respecto. Y es que prefiere faltar a alguna clase con el fin de verme sufrir.

Al notar que está a punto de carcajearse decido recriminarlo, seguramente gracias al terrible estado de mi cabello y maquillaje, tal vez gracias a que tengo que caminar arrastrando los pies y poseo grandes ojeras gracias a todas esas noches de no dormir por hablar con Bianca.

—Cierra la boca, Miles. —Digo propinándole un codazo.

—Pero no he dicho nada. —Aguanta difícilmente todas sus ganas de reír. —No seas tan pesada.

Saca de uno de los bolsillos de su mochila un pañuelo que siempre ha mantenido guardado en el mismo lugar y destinado para la misma persona.

—Déjame arreglar este desastre. —Dice acercando el pañuelo hasta mi rostro, con suaves movimientos empieza a remover los restos de maquillaje que han convertido mi cara en cualquier cosa que no sea bella. —Ya no me mires de esa manera, cualquiera perdería la clase de música con tal de apoyar a su hermana en los peores momentos.

No se había detenido en su hazaña de remover cada mancha sobre mis párpados superiores e inferiores.

—No me apoyas, si así fuera dejarías de sacarme fotografías e irías a darle un golpe al profesor para que deje de torturarme.

—Sarah... —Puso cara de fingida sorpresa. —Qué agresiva te has vuelto.

Entrecerré los ojos en su dirección.

—Sigue haciéndote el tonto y te patearé el trasero.

Su expresión se convirtió en una de completa suficiencia, después picó mi ojo con el pañuelo que estaba usando para limpiarme.

—Eres un completo idiota. —Dije apartándome rápidamente de él. —Me vengaré.

—Disculpa, no fue intencional. —Se dio media vuelva e hizo una señal para que lo siguiera. —Hoy no desayunaste, ¿cierto?

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora