Capítulo 16

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Decidí volver a dormir, sentía como si mi cabeza fuera a explotar, aún tenía náuseas y poco tenía en el estómago para vomitar. Definitivamente lo peor de una borrachera no es tener alucinaciones extrañas sino lo que viene después, la tan temida pero inevitable resaca. Aún sin importarle a mi madre el hecho de que apenas podía sostenerme en pie, llegó hasta mi habitación y con un agudo tono de voz que lastimaba mis oídos me sacó de mi sueño reparador.

—No creas que permitiré que te quedes ahí todo el día. —Dijo con los brazos cruzados, me tendió un billete de veinte dólares y yo lo tomé. —Ve a comprar algunas cosas al supermercado, de una vez un medicamento que te quite esa cara de zombi.

Cuando vio que no tenía intención de levantarme de la cama, se acercó a la ventana y corrió las cortinas haciendo que la luz del sol me quemara cual vampiro. Me retorcí en mi propia miseria, pero finalmente dejé de luchar contra ella y me levanté. En la cama se habían quedado todas mis ganas de vivir, a pesar de que no quería dar un solo paso fuera de casa sabía que tenía que hacerlo.

—Aquí tienes la lista de las cosas que necesito y el nombre de las tabletas que te quitarán ese malestar. —Me ofreció un papel descuidadamente arrancado de un cuaderno.

—Lo siento mamá, no lo vuelvo a hacer. —Levanté el meñique mostrándole que esa era una promesa cien por ciento irrompible.

Una pequeña sonrisa se formó en sus labios y juntó su meñique con el mío. —Sé que no volverás a hacerlo cariño, ahora báñate porque hueles a muerto. —Volvió a su pose dominante y seria, salió de la habitación y yo tuve el tiempo de darme una corta ducha.

Una vez estuve lista me vestí y salí de casa con el dinero y la lista de suministros en mano. La ducha había acabado con parte de mis malestares y me sentía más confiada al caminar, por lo menos el suelo ya no se movía.

Pasaba por casa de los Brown cuando vi a Miles y a Sarah cortando el césped de su jardín, ambos levantaron sus manos en mi dirección a forma de saludo y yo intenté disimular mi terrible mal humor así que sonreí e hice lo mismo.

—No puedo creer que estés usando de nuevo ese suéter. —Comenta Sarah acercándose a mí, Miles detrás de ella.

Pongo los ojos en blanco, detesto que tengan que fijarse siempre en todo. Me gustaría que se fijaran ellos en sus converse sucias o sus cabellos tan desordenados. Sarah y Miles son mellizos y, por desgracia, igual de molestos. Aunque, Miles se muestra siempre muy servicial con mi madre, ya que, como me ha comentado siente cierta admiración por las madres solteras.

—Es mi suéter preferido. —Respondo.

—A mí me gusta. —Interfiere Miles encogiéndose de hombros. —Es bastante... ¿Roja?

Sarah suelta una carcajada, pone su mano sobre mi hombro.

—Alex, sabes lo retrasados que somos. —Añade ella. —Debes disculparnos como siempre. Mejor sigue caminando y no mires hacia atrás.

Se acerca a mí y deposita un beso en mi mejilla, Miles hace exactamente lo mismo y es el primero en alejarse para continuar con sus labores.

—Vaya, tu cabello huele muy bien. —Comenta Sarah siguiendo el camino de su hermano. —En fin, nos vemos mañana en el instituto. Ve con cuidado, alcohólica.

Seguramente ya me habré sonrojado ante ese comentario, de verdad que esos dos se fijan en todo, al menos Miles no habla tanto como Sarah. Aunque sean un par de idiotas tengo que reconocer que los he aprendido a querer durante el paso de los años.

Volví de hacer las compras y el resto del día me la pasé siendo la esclava de mi madre. Solo por haber bebido una noche ella tuvo razón suficiente como para obligarme a lavar los trastes, barrer toda la casa, planchar su ropa, arreglar mi habitación y unos cuántos etcéteras. Mientras hacía todo lo que me había ordenado, también intentaba contactar a Bianca. Había agregado su número telefónico en una de las clases de literatura, mientras el profesor revisaba su cuaderno.

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora