El Reencuentro

121 11 90
                                    

Lady Silóe

En los últimos años, mi vida se había transformado en un constante suspenso.

Me había convertido en una actriz maravillosa, o por lo menos, eso quería pensar.
Aceptando ya mi realidad como solterona, empecé a hacer visitas casuales a las damas de la ciudad.
Conversar, tomar el té y comer magdalenas de naranja, era mi rutina mensual e infaltable.

Había leído ya, todos los libros que pude encontrar en Grethel; los de la biblioteca de Frogville, y también los de la biblioteca central. Mi hermano Han, no me enviaba uno nuevo desde hacía bastante tiempo. Supuse que tanto él como Catelina, habían terminado olvidándose de mi, y eso no estaba mal. Ellos continuaron con sus vidas, como tal vez yo también pude haberlo hecho, pero decidí quedarme y tratar de buscar algo en esta casa, que pudiese ayudar a Skeltor o a Law.

Aquella mañana de viernes. Cepille mi oscuro cabello por varios minutos, un par de canas prematuras se habían instalado cerca a mis sienes, las hubiese arrancado, o teñido, pero francamente me daba lo mismo. Nadie se detenía a mirarme el tiempo suficiente como para notarlo.

Elegí un vestido al azar, me coloqué un par de zapatos cómodos y salí de casa, como siempre, sin darle explicaciones a nadie.

Los viernes, me tocaba visitar a Lady Deccir. Mi madre la consideraba una persona vulgar y ordinaria, pero a mi me caía bastante bien.

Estuvo enferma por un par de meses, por eso mis visitas se habían suspendido, hoy iría de forma imprevista.

¿No va a tomar desayuno, mi Lady? —preguntó Eustace.

—Hoy no, tengo que visitar a Lady Deccir —debía disimular mi desprecio, cada vez que hablaba con él.

—A Lady Adélaïde no le parece una amistad apropiada.

—Bueno, entonces que mi madre, no sea amiga de Lady Deccir.

Dejé al ruin fantasma con la mirada absorta en la cocina, y caminé hasta la ruta central que me llevaba a casa de los Deccir.

Lo primero que llamó mi atención a la distancia, fue lo bien arreglado que estaba el jardín. Las rosas habían florecido en aquella tierra seca y margaritas y violetas rodeaban todo el patiecillo de entrada. Un recuerdo vago llego a mi memoria, como si hubiese visto estas flores antes, tal vez en otro lugar, puede que alguna vez hayan sido así en Frogville.

Llamé a la puerta varias veces, sin recibir ninguna respuesta del otro lado, aunque podía oír algunos murmullos y susurros al interior.

Me sentí decepcionada, pensé que tal vez la  lady seguía enferma, pero fue ella misma quien abrió.

Lucía algo nerviosa, con la sonrisa forzada y la lengua un poco enredada.

—¡Lady Silóe, es una gran sorpresa tenerla aquí!.

—Siento haber venido sin previo aviso, pensé que tal vez usted ya se sentía mejor —de hecho, ya no se veía nada enferma.

—Eh... Si... Ya estoy mucho mejor, gracias a la medicina del doctor Grekjom —ella mantenía la espalda apoyada al marco de la puerta, como si hubiera algo que estuviera ocultando al interior.

—Me da mucho gusto —ella asintió repetidas veces, se quedó expectante, tal vez esperando que me despida— Veo que mandó a arreglar su jardín.

Deccir apretó los labios, me tomó del brazo y me guió al interior de la vivienda.

—Disculpeme por no haberla invitado a pasar —una risa nerviosa se escapó de sus labios—. ¿Quisiera tomar un poco de te?.

Los Fantasmas De Frogville © | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora