V

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Mi estómago da varios vuelcos al descubrir la verdad. Eso quiere decir que, además de Jorge, yo también soy cornuda, y Alison lo sabe.

Si sigo con esto, ¿estaré, de alguna forma, traicionando a mi amiga? Ella nunca me dio el nombre del chico que le sacaba suspiros en secreto por estar de noviazgo con Jorge; tampoco me mostró una fotografía, si ella me lo hubiera enseñado antes, no habría saltado a sus brazos como si fuéramos novios de toda la vida.

¿Qué tan extraño sería que cortara nuestra relación a solo unas horas de haberlo empezado? Solo espero que cuando lo anuncie, mis amigas no vuelvan a buscarme a alguien, porque ellas son muy creyentes de que un clavo saca a otro. Pero, después de que una vez intenté hacerlo y todo salió mal, yo no. Además...

No hay un «además», debo dejar esto por la paz antes de que salga todo a la luz y mi bola de nieve no solo se estrelle, sino que se derrita por el calor de la vergüenza. Puedo coquetear con alguien más de la fiesta y...

No. Esa no soy yo. Debo hablar con la verdad y decirle que hasta aquí llega nuestro falso noviazgo.

Entonces se me prendió el foco.

Esto solo es una actuación más. Él va a volver a la capital a dirigir la revista o lo que sea que haga en su tiempo, y yo volveré a mi vida, a muchos kilómetros de él, a buscar un empleo decente de mi título en literatura y letras —que el que tengo en la heladería, por mucho que me guste mi compañero de trabajo, no me llena de alegría y dinero necesario—, necesito alguno de mi carrera o mi cerebro empezará a cuestionar mis decisiones sobre dejar todo atrás.

Suspiro, quitándome un peso de encima. Solo tendré que soportar esta velada con los cuernos más grandes que un watusi y aparentar que nada pasa, que vivo mi linda historia de amor, de esos que tanto presumen los libros y películas románticas de Disney.

Sí, esto será pan comido.



***



Esto no es pan comido ni molido. A la fiesta ha llegado Vladimir, mi exnovio, hijo de la señora Patricia, la bella señora que es dueña de una dulcería en el pueblo.

Cuando terminamos no lo hicimos en muy buenos términos, yo pensaba en irme lejos, por la universidad —o al menos esa fue la excusa detrás de la verdad— mientras que él se quedaba en la de aquí cerca. En pocas palabras, rompí nuestra relación cuando aún había sentimientos de por medio. Al menos de su parte ya que yo lo tomé como una oportunidad para hacer lo que mi corazón quería y me parecía correcto en su momento.

Evito ponerme en su campo de visión, escondiéndome entre la gente del patio, sentándome en una banca bajo un árbol. No es mi mejor escondite, pero así puedo evitarlo un tiempo.

Suspiro echándome hacia atrás, recargando la espalda en el tronco. Como me gustaría marcharme ya a mi casita, acostarme en mi cama y ver alguna serie en la laptop, comiendo un enorme bol de palomitas. Pero tengo que esperar hasta mañana para hacer eso; por lástima, en todo el pueblo falló la compañía de internet, y no veo muy factible compartir mis datos móviles a la computadora solo para eso. Además, estoy aquí para pasar tiempo con mi mamá, no para perderme en la tecnología que deja el mundo moderno.

Me encontraba jugando con una hoja que cayó sobre mi regazo cuando una voz me sobresaltó, provocando que echara la cabeza hacia atrás, ganándose un golpe con el tronco, poniendo así, la cereza a mi día.

—¿Christina?

«Rayos».

Sobando mi cabeza, levanté la mirada para encontrarme con la brillante sonrisa de Vladimir, mantiene su cabeza ladeada como cada vez que sonreía. Siempre he pensado que ese movimiento lo hace ver tierno y mucho más joven de lo que es. Es parte de su atractivo.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora