XXVIII

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Walter.

«Por la suerte de Walter al encontrar a una chica como Christina. Lo que daría por encontrar a alguien como ella. No lo arruines, Carlton».

Esas palabras no paran de repetirse una y otra, y otra, y otra vez desde anoche en la cena. Me llevo las manos a la cabeza dejando los papeles de la nueva sede de la revista.

—Necesito un trago —determiné, pero aunque lo necesito, no puedo beber. Aún me duele la cabeza por el vino y la margarita que tomé ayer. Algunos dirán que no es mucho el alcohol, pero para alguien que no lo ingiere...

—Adelante —murmuré cuando golpean la madera de la puerta. No volteo a ver de quién se trata, pues el grito de Petunia la anunció.

—¡Mierda, no!

La voz de Christina no se hace esperar luego de algo rompiéndose. Aprieto mis ojos con los dedos, y suspiré con cansancio.

«Dame paciencia, Dios, es lo único que te pido».

—Dime que no era una reliquia familiar o algo por estilo.

—Ya no lo es —Echo para atrás la silla y me levanto—. Tendré que reemplazarlo antes de que Helena se dé cuenta —susurré con la intención de que no me escuche.

—¡¿Es de tu madre?!

Fallé.

—Era. No pienso entregarle los pedazos.

—¿Por qué me pasan estas cosas a mí? —También susurra. Acelero mi caminar hacia ella cuando se agacha a recoger los pedazos.

—Christina, deja eso o vas a...

—¡Ay!

—... lastimarte —Sujeté su antebrazo para ponerla de pie—. Déjame ver eso.

—Está bien. No me pasó nada.

—Quieres llorar —resalto lo obvio en sus ojos cristalinos—. Dame tu mano —le pido. Con una exhalación me tiende su extremidad. La examiné y hay un feo cristal en el centro de su palma. No es muy grande, pero lo suficiente como para hacer brotar sangre.

—Te dije que no es mucho —le tiembla la voz. Busco sus ojos, pero ella está viendo a la pared.

—¡Claro que es mucho! ¡Se te van a salir las tripas por ahí!

Exagero. Al final me mira.

—¿Cómo es que las tripas llegarán a mi mano?

—Misterios de la vida. Siéntate, iré por el botiquín.

Veo por última vez los pedazos del jarrón de la madre de mi tatarabuela que fue pasando de generación en generación, hasta llegar a mi madre. Niego con la cabeza y salgo de la oficina.

Entrecierro la puerta, pero no logré avanzar más de dos pasos. Quedé suspendido en el aire. Todo a mi alrededor quedó en segundo plano. Solo logro sentir el acelerado latir de mi corazón y, lo juro, el correr de la sangre por mis venas y arterias.

El centelleante y sedoso cabello que en algún tiempo estuvo entre mis dedos, aparece en mi visión y puedo sentir su suavidad, como si lo tuviera en mi poder nuevamente. Las pecas en su piel deberían de estar en un puesto de las maravillas del mundo moderno. Toda ella debería estar dentro de las siete maravillas.

El miel de sus ojos brilla bajo la luz natural que entra por los ventanales, como dos llamaradas encendidas en plena noche.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora