LXV

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No escupí algo solo porque se me secó la boca al escucharlo y no bebía absolutamente nada. Sus palabras se repiten a cada segundo en mi mente, no dejándome disfrutar de mi ansiado beso. No sé ni cómo fui capaz de devolvérselo si ni siquiera fui capaz de cerrar mis ojos.

Quedé en un shock total al escuchar su nombre y razonar que no lo imaginé, como pensaría al tomar más de tres copas de champaña.

Pero es que Walter no lo entiende ni entenderá; León Von Kleist acaba de salir de rehabilitación, ¡que va!, que ni siquiera sabía que había buscado ayuda con sus adicciones.

Mi cerebro trabaja a mil por hora, buscando cada noticia que escuché de él luego de alejarme. Por mucho que me cueste aceptar, no hay nada, él simplemente desapareció de la faz de la tierra al momento de irme y de qué Joaquín borrara todo rastro de que yo alguna vez salí con el heredero Von Kleist.

Si Walter fue a hablar con su padre y un nuevo socio, eso quiere decir que él está aquí, ¿no? Porque ruego a todos los seres omnipotentes habidos y por haber, que no sea así y solo haya venido su representante. Aunque eso tampoco me tranquiliza mucho.

Me separo de Walter al no saber qué demonios estaba haciendo con mi boca sobre la suya, porque lo que yo estaba dando no se podía llamar beso. Me abracé a él para que no pudiera ver mi estupefacción y, posiblemente, la palidez de mi rostro.

Una parte de mí, diminuta, está feliz por él. León quería estar en la farándula aunque sea lo último que hiciera, y lo último que se le ocurrió fue estar en la maldita lista de «El club de los 27», que por suerte aún no podía, pues éramos menores, pero bromeaba a cada jodido segundo con eso y en un tiempo temí que llegara a esa edad.

—¿Ese tal modelo está aquí?

«Muy bien, Christina, sin rodeos se consigue lo que se quiere».

—¿Quieres cambiarme por un modelo con tatuajes?

No quiero, pero me es imposible no sonreír al recordar el momento en que se hizo el primero: una "C" en hebreo. Solo yo era capaz de ver ese tatuaje por su posición en el cuerpo.

—Si ese fuera el caso, te cambiaría por Leonardo Soler, no por ese tal Von Klaus.

Rompe el abrazo y me mira con una ceja arqueada y una pequeña sonrisa en su rostro.

—Es Von Kleist. —Sentí mis comisuras levantarse por la perfecta pronunciación del apellido alemán.

—¿Lo ves? Ni siquiera me interesa aprenderme su nombre.

Ladeó su cabeza, entornó los ojos y preguntó:

—¿Quién es Leonardo Soler?

De acuerdo, me fue imposible no reírme de sus celos disfrazados.

—LSD, ¿acaso creíste que ese era su nombre?, sus padres están chiflados, pero no tanto.

—¿Qué tan cercana es tu relación con todos ellos?

Ahora sí miré sobre mi hombro, hacia los invitados. Los chicos estaban distribuidos por todo el salón. Alex reía junto a Roxane, que poco le importó ya no verse guapa a sus ojos, pues mi hermano no le perdía de vista y la llenó de halagos; Henrik sustituyó a Joaquín en bailar con mi cuñada, pues él se encuentra, y lo sé porque lo conozco, coqueteando con un chico, que sino me equivoco, es primo de Walter; y el pelirrojo de Renee está encantado por la atención que tiene de algunas chicas, incluyendo a mi prima Laura. Si deja a Gilberto por él, no me opongo. Al menos por un capricho no debería estar con alguien de la era del caldo. A LSD no logro ubicarlo, pero apostaría mi relación con Walter a que ya se encuentra en la habitación de alguna chica.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora