XXXIII

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Mis pies me están matando. No traigo tacón y aún así me duelen.

Cuando Sebastián se marchó a su oficina, el trabajo verdadero comenzó.

Mi día consistió en entregar papeles, llevar firmas, recados y organizar archivos. En tan sólo unas horas recorrí toda la empresa, de arriba abajo y de abajo hacia arriba. Me mandó hasta con el guardia del estacionamiento. Creo que sí lo hice enojar más de la cuenta, pero no me arrepiento haberle puesto un alto.

Las puertas del ascensor se abren y puedo respirar con alivio. Arrastro mis pies para salir y gracias a que no soy tan pequeña ni mis brazos tan largos, mi bolso no se arrastra también.

—¿Petunia? —la llamé porque son casi las cinco de la tarde, muero de hambre y la falta de sueño me hace insoportable.

Me detengo al ver salir a Walter de la cocina, comiendo una manzana.

—No está. Se fue al acabar de acomodar todo. Le surgió una emergencia.

Dejo caer mi bolso, me quité mis zapatos y caminé descalza a la cocina.

—Dime que hay algo de comer —rogué.

—Los emparedados de la madrugada era lo último que había. Hoy tocaba hacer las compras. No hay nada de comer.

Y él muy sinvergüenza muerde otra vez la manzana verde. La última manzana verde de la casa.

—Bien —gruñí. Me cambiaré y saldré a comprar algo. Una pizza tal vez. O...

—Arréglate. Cenaremos con mis padres.

Asunto arreglado. Cenaré con sus padres.

—¿Gudell? —Otra vez usando ese apellido; me volteo en el momento justo en que lanza la manzana; por suerte pude atraparla en el aire y le sonreí.

—Gracias.





Walter.

Su rostro se ve más pálido de lo habitual. Grandes bolsas oscuras hay bajo sus ojos y sus labios se encuentran un poco resecos, pero aún así, con su esfuerzo de estar a la altura de mi madre, se ve... linda.

Me alegra que quiera caerle bien a mi madre. Estoy al pendiente de lo especial que es Helena cuando se trata de etiqueta. Y si Christina es un Gudell, claro que tiene clase —hasta más que nosotros—, solo que no le gusta aparentar algo que no es.

Puedo recordar los rumores que habían sobre la familia Gudell en las varias fiestas que asistí cuando era joven y mi madre nos obligaba a ir. Las fiestas más aburridas de mi vida. Se decía que los hijos menores del matrimonio eran la perfección en persona; muchos les tenían celos, pero a mí jamás me importó estar al pendiente de esas habladurías, así que no sé nada importante sobre ellos más que el peso que tiene su apellido.

Y de nuevo aparece el sentimiento de culpa. Agité mi cabeza para tratar de ahuyentar esa emoción.

—¿Cuándo conoceré a tu familia? —pregunto para romper el silencio.

Se encoge de hombros. Y tarda en contestar

—Cuando quieras.

¿Tanto tiempo para decir eso?

Tengo curiosidad de conocer a sus parientes. Me fascinaría ver en qué ambiente se desenvolvió semejante persona. Claro que ya sé un poco de su historia, pero no me contó de la actual. Y quiero saberla.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora