XXIII

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Alguna vez, como toda niña, soñé con el gran día de mi boda. Antes me visualicé en una relación en donde ambos nos desviviéramos por el otro. Una relación real. Llevaríamos varios años de conocernos y después, cuando sea adecuado, me pediría matrimonio, o yo a él. Eso aún no lo decidía mi yo de niña.

Todos estaríamos nerviosos y alegres cuando eso pasara. Mi madre me ayudaría a organizar todo. Mi hermana Gemma me ayudaría a la elección de vestidos, y cuando conocí a las chicas –porque esto lo imaginaba desde los ocho años de edad– formaron parte de mi fantasía.

Mi padre me escoltaría al altar, tal y como lo dice la tradición. Ahí me esperaría a la persona que elegí para compartir esta nueva aventura. Mis hermanos, como siempre infantiles, harían caras graciosas en toda la ceremonia, haciéndome aguantar la risa y provocando que el Padre me odie.

Pero solo era eso. Un sueño. Una fantasía.

No digo que nunca me voy a casar pues aún me queda mucha vida por delante. Mi bisabuela Hilda, que en paz descanse, encontró el amor por tercera vez a los setenta y un años.

Lo que trato de decir es que la imagen de una boda ideal de una niña en la etapa de su infancia ya no es la misma a la realidad de ahora. A pesar de seguir siendo un cuarteto que se frecuenta, Alison y Jazmín se han alejado de nosotras desde que empezaron a salir con sus actuales novios, puedo decir que es mi culpa, pues desde que volví, me encerré en una burbuja que solo Emilia se dio la tarea de entrar.

Habrá más que un puesto vacío en la ceremonia de mi boda. Vladimir ya no sería el novio, porque hubo un tiempo en que me visualizaba de esa forma con él, al inicio de la relación. Mis hermanos no harían caras cómicas, ni siquiera tendría a mi mellizo a mi lado.

Y en el puesto más importante no estaría nadie. Yo caminaría sola por el pasillo. Sin mi padre.

Me frustra ver un anillo en mi dedo que ni siquiera tiene algún valor que no sea monetario. Sé que fue mi decisión participar en esto y que me agradaría mucho que Alison y Walter sean felices. Pero pensar en todos los corazones que romperé al terminar con la mentira... me mata.

Toda mi familia odiará a Reed, y espero que no a toda la genealogía; hasta puedo asegurar que mi prima lo hará, aunque sea un poco. Mi madre tendría la misma mirada compasiva que aquella vez. Mi amistad con las chicas no sería la misma. Observé a mis amigas por una rendija de la cortina en el probador, se divierten poniéndose vestidos encima de su ropa; después de esto, creo que me alejaré de ellas por un tiempo, para que el terreno vuelva a ser estable.

Me giré y me observé nuevamente en el vestido blanco de holanes. No voy a negar que se ve hermoso, y que gracias a la imagen que me regresa el espejo es que hasta ahora pienso en las consecuencias de mis decisiones.

Y love is a bitch de fondo no ayuda en nada, me pone melancólica.

Es más, ni siquiera sé porqué ponen esa canción en una tienda de vestidos de novia, se supone que deberían de reproducirse solo melodías alegres, que sean himnos de un amor bonito, no obsesivo.

Roxie, con su fantástica carrera de psicología apenas finalizada, siempre me dice que romperse, al menos unos momentos, le hace bien a todo el mundo.

Eso no quiere decir que no odie cuando pasa. Todas las emociones reprimidas y encerradas en una baja fuerte blindada, salen a la luz, haciendo menos llevadera la situación.

Lo peor de todo es que estoy metida en un cambiador de ropa justo en medio de mi catarsis. Me gustaba más la soledad que brindaba la habitación en el departamento de Walter, con Petunia moviéndose por ahí, pero sin molestarme.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora