XLVI

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Christina.

Joaquín ha estado muy atento con Verónica, y me gusta verla feliz, abrazada a su nueva camiseta de la banda.

Nos ha dado un pase para no tener problemas con los guardias al movernos por el recinto, pero tampoco es que lo necesitemos mucho; dudo hacer un paseo por el estadio a mitad del concierto. El colgante de mi cuñis es diferente al de nosotros, no tengo idea del porqué, pero eso hizo que sonriera más.

También está siendo de guía, señalando las fotografías de los artistas que se han presentado aquí, mencionando su trayectoria y algunos secretos no tan secretos que le han contado. Sé que él jamás diría o haría algo inapropiado frente a ella, de hecho, las personas confían muy rápido en él. Por ese motivo no me sorprendió cuando Verónica no se quiso separar ni un segundo de su persona. Justo detrás de ellos vamos nosotros, escuchando el recorrido.

Algunos chismes me los sé de primera mano y otros son una total sorpresa para mí. Walter pareciera que no le interesan los chismes de la farándula, así que miré sobre mi hombro, hacia Oliver, que nos seguía unos pasos por detrás, para saber si se la estaba pasando bien.

Casi no me agrada eso de dejarlo atrás, pero Walter me ha dicho que él sabe que puede ir a nuestro lado, solo que no le gusta. Dice que así se siente más cómodo al proteger nuestra seguridad.

La verdad no sé de qué nos va a proteger aquí, hay más guardias de seguridad que en el Pentágono.

Estoy muy nerviosa. Mi estómago está tan revuelto que siento que en cualquier momento voy a vomitar toda la comida. Y esa imagen no se ve muy bonita.

Antes de venir quería tomarme mis gotas, pero al ver lo bien que funcionaron ayer, mejor opté por un poco de alcohol del minibar de la habitación; eso ayudó a revolver más mi estómago.

Desde mi pequeño show en la plaza, me siento un poco incómoda con Walter y con Verónica. Sé que fui demasiado tonta en dejar quedarse a Alex. Debí haberle llamado a mi terapeuta cuando no se fue y cambiar de tratamiento lo antes posible. O golpear mi cabeza contra la pared para poder dormir un poco mientras esté inconsciente.

Lo que le dije a Walter en el baño, no era exactamente para él. Yo sabía a dónde quería llegar desde que mencionó que Verónica me escuchó hablar con alguien, más bien, sola; y miré a esa linda creación de mi cerebro. Aún puedo recordar sus palabras:

—No respondas. No puede obligarte.

Quería decirle demasiadas cosas ahí, pero no quería parecer una loca recién escapada del manicomio.

—Puedo quedarme. ¿Quieres que me quede? Si dices que no, me iré para siempre, Chris, y tendrás que enfrentar tú sola a Ryan.

Ahí le dije que no. Fue cuando Walter pensó que le contesté a él. Cuando cerré mis ojos y después los abrí, Alex 2.0 se había ido.

Una parte de mí se alegró, pero otra, la que aún se aferra al amor y a los recuerdos de Alex, se siente rota. Otra vez. Esa misma parte no quiere que en verdad cumpla su palabra. Lo necesito ahora que estoy vulnerable.

—¿Puedo preguntarte algo? —Walter interrumpe mi delirio.

—Obviaré el hecho de que ya lo estás haciendo y me limitaré a decir: sí, puedes.

Me sonríe y su brazo, esa extremidad que termina en sus dedos entrelazados con los míos —¿Desde cuando hacemos esto de las manos?—, la pasa por mis hombros, quedando mi antebrazo entrecruzado sobre mi pecho.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora