LIII

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—... tú eres una gran amiga, si ellas no...

—Señoritas —interrumpo cualquier palabra que haya querido decir la chica de cabello color magenta, que tiene una expresión de enojo cubriendo todo su rostro. Ambas me observan, pero la mirada de Christina solo dura unos segundos en mí, pues la desvía al instante. Sin embargo, fui capaz de ver un atisbo de lágrimas en sus ojos y sus mejillas tenían rastros de que algunas lograron deslizarse y no pude evitar preguntarme el motivo de su estado de ánimo. ¿Eso tiene que ver con que Emilia me haya dicho que no la dejara sola este día?

—Tú debes de ser el galán que me robó a mi chiquistrikis. —Sonríe y me escanea con una ceja curvada, posteriormente voltea hacia Christina—. Sigo pensando que estoy mejor que él. Estaré aquí sí lo suyo se va al traste. —Se acerca a besar sus mejillas y la veo mover sus labios cerca del oído de su chiquistrikis. Ella asiente mientras su amiga le limpia las mejillas y las aprieta para que sonría—. Nos vemos, huracán.

Con un último saludo militar de dos dedos sobre su frente, nos deja solos cerca de la orilla de la alberca secundaria del hotel.

—Es muy peculiar tu amiga —rompo el silencio para llamar su atención, pero solo la escucho reír, con sus ojos negándose a ver los míos en todo el tiempo desde que interrumpí su charla.

—Y se controló —respondió en un hilo de voz que pretendía ser en modo de broma, pero se rompió por la debilidad con la que lo dijo.

Por algún motivo, paseo mis ojos por todo el recinto y las pocas personas que hay aquí. No estoy seguro de a quién busco, o si realmente estoy haciendo eso, pero algo me obliga a observar a cada persona, como si fueran ellos los que provocan este mal estado de ánimo en ella o como si fueran ellos los que me podrían decir lo que le sucedió para tenerla en tan mal estado.

—¿Estás bien, Chris? 

—¿Por qué la pregunta?

—Que no te estés dignando a verme a los ojos me dice que algo está mal.

Deja caer sus hombros antes de conectar sus ojos con los míos. Doy un paso al frente y ahueco sus mejillas en mis manos.

—Por tus ojos irritados diría que te has fumado un porro, pero la experiencia del aeropuerto tan cercana me dice que no.

Logré hacerla sonreír.

—La culpa la tuvo Roxane. Sabe decir las palabras adecuadas para que te lleguen al corazón en el momento en que estás más vulnerable.

Bajé mis manos de sus mejillas a su cuello para después deslizar mi tacto por su espalda cubierta por el traje de baño, pegando más su cuerpo al mío.

—¿Estás vulnerable? —susurré; sus manos se aferraron a mis brazos.

—No está siendo un buen día. Algunos momentos malos, no hay de qué preocuparse.

—Suerte para ti, sé hacer momentos perfectos.

—¿Ah, sí?

Sonrío. Mantengo un brazo a su alrededor y el otro lo subo para acariciar su mejilla, quitando cualquier rastro de lágrimas que hayan quedado.

—Sí. Y hoy me apetece pasar el día entero con mi prometida, consintiendo sus caprichos, si es que ella lo permite, claro.

—Pues yo no la conozco como para saber su respuesta —bromea.  Blanqueo mis ojos.

—¿Quieres un día perfecto o no?

—Dicen que un Iceberg bajo el sol de verano en una playa, es fácil de derretirse —susurra, adquiriendo un nuevo brillo en esos hermosos ojos marrones que tiene.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora