Epílogo

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Ya no me quieren, pero yo los amo. Por eso se los traigo sin aún cumplir la meta, porque ese no es mi estilo.

Ahora sí, lean bajo su responsabilidad.

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19 de diciembre 2024.

Christina.

Frío. Nieve. Soledad.

Suelto un gran suspiro, echando vaho el ambiente congelado que me muestran los grandes laberintos que son las calles de Praga.

Los transeúntes me rodean mientras yo observo como un copo de nieve cae en mi mano enfundada en un guante negro, haciendo un contraste perfecto de colores. Y sonrío con la extraña paz que me brinda el que sigan cayendo más copos; todos pequeños, frágiles y diferentes

Necesitaba estos momentos en soledad para empezar a aceptarla y no dejar que absorba cada brillo que hay en mi personalidad. Estoy sola en un país desconocido, alejada de todos mis seres queridos, pero ya no me preocupo por eso. Aún no es por completo el sentirme realizada, pero estoy en el proceso del camino hacia poder estar feliz.

Mi estómago gruñó con la imagen mental de la comida mexicana que se realizan en estas épocas decembrinas, y dejé caer los copos de nieve que se juntaron sobre mi guante.

Metiendo las manos en las bolsas del abrigo, emprendo mi camino al hotel donde me hospedo, admirando los callejones de la ciudad. Todo es tan lindo en Praga. La arquitectura gótica te produce un placer de solo verla y, ahora, cubierta de nieve, parece todo recién sacado de un cuento de fantasía. Es una lástima que mi tiempo aquí sea corto.

Resoplé, limpiando mis botas en el afelpado de la entrada del hotel al llegar a él, recordando que aquí no hacen los antojos mexicanos. Levanté la mirada para fijarme en los huéspedes que están en el lobby; unos ríen y conversan en un idioma que no tengo interés en aprender, pero suena genial.

Terminando de quitar toda la nieve de las suelas de mis botas, pretendía dar un paso al frente cuando mi corazón se dispara, quedando mis pies postrados en la alfombra, mirando la escena de unos enamorados en el escritorio de la recepción. El chico besa la mano de la chica, y vislumbro algo brilloso. Un anillo.

Se les ve demasiado felices. Tanto que mi corazón se dispara en un vuelvo doloroso. El anillo en mi dedo anular de la mano izquierda pesa por primera vez en mucho tiempo.

Mis pensamientos se perdieron en otros lugares. ¿Cómo es que mis manos,  cubiertas aún por los guantes, fueron a dar al afelpado, junto a mis rodillas, deteniendo una fea caída?

—Oh, cuánto lo si... demonios... Je —levanté la mirada al sentir unas manos sobre mis brazos, brindando ayuda para ponerme de pie, pero es que mi cerebro se desconectó de mi cuerpo al ver tan bonitos y atrayentes ojos marrones. Brillan, y brillan tan lindo—... Je mi... Joder, ¿cómo se decía?

Le sonreí cuando estuve de pie. Me vi reflejada en él unos momentos.

Je mi líto —le mencioné una de las cinco frases que me obligué a aprender para supervivencia —. Pero tranquilo, hablo español.

—¡¿De verdad?! ¡Gracias a Dios! Llevo tanto tiempo sin poder hablar bien con alguien. Soy Daniel.

Estira su mano hacia mí y es una alegría que no se presente con todo y apellido.

—Christina —respondí estrechando mi mano después de sacarme el guante.

Él sonrió, haciendo que sus ojos se achicaran y el brillo en ellos se acentuara. Tiene ese tipo de belleza que quizás no es exótica, pero te obliga a mirarlo y babear por él mientras eliges que es lo que más te gusta al apreciar sus facciones.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora