XXXI

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Walter.

No importa cuantas vueltas dé en la cama, no soy capaz de conciliar el sueño. Todo lo que pasó hoy no me da tregua para dormir.

Veo el blanco techo de la habitación y solté un gruñido. La historia de la infancia y adolescencia de Christina me hace sentir tan mal conmigo mismo porque, aunque me pinta como un héroe en ella, ahora soy un completo imbécil. De acuerdo, siempre lo fui.

Dice que entendió que primero es ella, pero está aquí para ayudarme a enamorar a Alison de la peor forma.

Hoy, después de mi encuentro en el baño con la rubia, entendí su punto de vista. Alison se portaba bastante extraño con ella, distante. Evitaba mirarla en el poco tiempo que se quedó.

Entendí que tiene mucho que perder. Perdería a sus amigas de casi toda la vida.

Soy tan egoísta, porque aún sabiendo eso, no puedo decirle que no me ayude ya. Que a partir de ahora, lo haré todo solo.

Me llevo las manos a la cabeza. Soy un cobarde total.

Aceptando el hecho de que por la mañana me tomaré dos litros de cafeína para no dormirme en las juntas con los socios, salgo de la cama para ir por algún bocadillo. Por alguna razón me encuentro famélico. Después me pondré a buscar cómo conseguir esos benditos boletos para Verónica.

Trato de no hacer ruido al caminar hacia la cocina para no despertar a mi roomie temporal.

—¿Walter?

—Mierda —Retrocedí por la impresión de su voz—. ¿Qué haces despierta?..., ¿y sentada ahí?

Mira dónde está su trasero y se encoge de hombros.

—Quería saber si una mesa de billar me resistía. Pasó la prueba, deberías de aumentarle el sueldo.

Camino hacia ella. Al llegar al borde comienzo a acomodar las bolas en su lugar con el triángulo.

—Mañana tienes trabajo, ¿qué haces despierta? ¿O acaso mentiste para poder vivir conmigo y así poder robar mi virginidad? —bromeé y curvé una ceja en su dirección.

—Uy sí. Eres tan virgen que deberían de ponerte en las recetas en vez de al vinagre. O en los nacimientos en el lugar de María.

Tomé dos tacos de la pared y volví hacia ella.

—¿Juegas?

Mira los instrumentos con cierta desconfianza. Estira sus piernas enfundadas en un pantalón de pijama, y se para en la mesa. Le extiendo una de mis manos para que baje, existe la posibilidad de que caiga y rompa algo más, o se rompa ella. Mejor prevenir que lamentar, dicen algunos. Y confío en eso plenamente desde ahora.

—Puedo hacerlo sola, Walter. Subí sola, bajo sola.

—No quiero arriesgar otra cosa de mi casa. Dale tregua, Chris.

Bufa pero termina aceptando mi mano. De un salto llega a mi lado en el piso.

—Casa ilesa —presume arrebatando de mi mano un taco.

—Al menos está ala.

—Ja, ja. ¿Vamos a jugar o a charlar?

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora