XLII [Segunda Etapa]

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Christina.

Las palabras de Walter me tomaron por sorpresa. No había sopesado el peso de estas, hasta que mi cerebro las repitió un centenar de veces en segundos, y pude comprenderlas.

No puedo creer que Alison fuera capaz de contarle algo así. Más que nada porque estaba convencida de que ella no sabía de mi pequeño episodio de psicosis. Jamás se lo dije y mi familia tardó en notarlo porque fingir estabilidad mental se volvió mi pan de cada día, desde que las cosas comenzaron a complicarse con León, mi exnovio.

Inhalé y me levanté del sillón. Con algo de esfuerzo comencé a alejarme de ahí.

—No tienes que contarme, Christina. —Me detengo y no exactamente por sus palabras, sino por su agarre en mi brazo.

—Ella no debió decirte eso —murmuré.

Tengo que hablar seriamente con ella. No puede ir por el mundo contando eso. No tiene el derecho a hacerlo. Es mi problema, y si no quiero contárselo a quien se supone es mi prometido, ella no tiene porqué hacerlo.

Sabrá a cuantas más personas le ha dicho.

—Lo sé, y ella también. —Por algún motivo, el hecho de que la defendiera me enojó bastante. Me solté de su agarre y lo encaré.

—Mi estado, tanto física como mentalmente, no está bien en este momento. Y aunque no quiera o no pueda hablar de eso aún, es verdad. Tuve un mal momento en mi vida. Como todos al darse cuenta que las cosas han cambiado.

Su agarre se afloja, pero no me marcho, vuelvo a tomar asiento en el sillón a su lado, cayendo en el silencio nuevamente.

Los acontecimientos de este día no paran de repetirse en mi mente. En especial los actos de Dante. Yo tenía algo de pavor de estar a solas con él... Ahora estoy eternamente agradecida con el señor Luvoel.

Se sacrificó por mí.

Sus palabras hacen eco en mi cabeza y justo ahora tengo varios sentimientos encontrados. Ni siquiera puedo obtener respuesta de todas mis dudas ahora, él único que tenía las respuestas está...

¡Dios! Pero sí pude haber sido yo.

Le debo la vida. Literalmente.

—Ey. No llores.

Sus dedos pasan un pañuelo por mis mejillas. Lo miro y en segundos lo tengo rodeándome con sus brazos. No sé cómo le hace, pero me acuna en sus brazos y compartimos un mismo lugar. No me importa el dolor en mi pierna, porque al estar entre sus brazos he encontrado la seguridad que no sabía que estaba buscando.

—Cuando estes listas, aquí estaré para escucharte.

Eso es lo que más me preocupa. El plan no abarcaba conocer al otro, solo teníamos que aparentar ser una pareja y ahora estoy sentada casi sobre sus piernas, mientras me da consuelo por una situación traumante.

Dentro de poco todo terminará, lo sé, estoy consciente de ello; y cuando eso pase... Ya sé cómo terminará mi vida. Y posiblemente se lleve algo más que mi amistad con las chicas.

—¿Te duele la pierna?

Puedo escuchar el palpitar de su corazón, no va tan lento como imaginé, puesto que no está haciendo ningún esfuerzo físico. ¿Lo más raro? Creo que el mío va a la misma velocidad.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora