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—Debo volver a la empresa, aquí está mi tarjeta

La tomo un poco desubicada. ¿Qué quiere que haga con ella? ¿Limpiarla? ¿Comprarle una cuna, cuidarla y alimentarla?

—¿Para qué la quiero?

—Ve a una joyería y escoge un bonito anillo. El que más te guste.

—¿Voy a elegir el anillo de Ali? —pregunto entusiasmada. Estoy segura que es el deseo de toda mejor amiga.

Pero su expresión rompe todas mis ilusiones.

—No. El tuyo.

—¿Qué?

—Oliver irá contigo —Saludo al hombre con un traje que se puso detrás de mí—. Te cuidará y llevará a la joyería de la familia.

—¡¿Tu familia tiene una joyería?!

Él parpadea, supongo que digiriendo mi pregunta, suelta el aire por la nariz.

—No, solo que siempre compramos ahí. Debo irme. Te llamo en un rato.

Sin más preámbulos se sube a su auto. Completamente solo, pues Oliver es su guardaespaldas o chófer, ciertamente no sé qué papel juega en el mundo de Walter.

—¿Cómo me llamará si no tiene mi número? —susurré, pero al parecer Oliver me escuchó, pues se encogió de hombros—. Soy Christina, pero puedes decirme Chris.

—Un gusto, señorita.

Le sonrío, pero él solo se gira hacia mi auto, invitándome, con su mano, a caminar delante de él

Ahora sé porqué se lleva tan bien con su jefe. Ambos son igual de amargados.

***

Definitivamente no.

Me niego a comprar aquí una sortija. No pienso gastar miles de pesos en un anillo. Y menos para uno que su única función es unirnos falsamente y mostrarle al mundo que no es para nada falso.

La sortija más barata que vi tenía diamantes en toda su superficie. Y el más sencillo, con tan solo un pequeño y hermoso diamante, triplicaba el precio del más barato.

Salí de ahí a los pocos minutos. No puedo gastar tanto dinero en eso. Muy bonitos y todo, pero no lo valen. Al menos no para un compromiso que es falso.

—Señorita, la tienda está por acá —dice Oliver, que le he dicho cientos de veces que me diga por mi nombre de pila, pero se niega. Que no me lleva ni diez años; cuando me ve caminando en dirección contraria de esta.

—Lo sé, Oliver, pero no pienso gastar una fortuna en un anillo.

—Pero es su compromiso —señala como algo obvio.

Detengo mi paso y él lo hace a mi lado. Lo miro con sorpresa. ¿El guardaespaldas-chofer sabe de esto?

—¿Cómo lo sabes?

—El señor Reed me dijo su motivo de compra.

«Así que no sabe el plan y piensa que es verídico».

Le sonrío y reanudo mi caminata, bajando la velocidad en mis pasos para que él no vaya detrás de mí.

—Claro. Tal vez sea por lo que dicen de que nunca le des una tarjeta con crédito ilimitado a una mujer —bromeé, pero tal parece que Oliver no sonríe. Sí, por eso trabaja para Walter.

El centro comercial jamás se me hizo tan extenso. Encontrar un anillo perfecto —con el precio y dimensiones adecuadas— lo hace más tedioso. Salgo de ahí, me empezó a abrumar tanta gente junta y los murmullos, y que Oliver me siga de un lado a otro, sin intención de conversar o al menos tener la decencia de reírse de mis chistes, me estresa aún más

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora