LXXV

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22 de agosto 2024.

Walter.

"No sé qué vida estás viviendo, Walter, pero no es la tuya. No estás en la profesión que quieres y no tienes a la chica que amas. Dime, amigo, ¿esta es tu vida o la de tu madre?"

La voz de Oliver resuena en mi cabeza mientras observo las medallas olímpicas que gané en el equipo de natación y de manera individual. Si cierro mis ojos, puedo ser capaz de sentir los latidos acelerados de mi corazón; el ruido de los aficionados animando cada brazada y patada que daba, para después acallarse cuando sumergía la cabeza después de respirar.

Estar dentro del agua me daba paz. Me podía olvidar de todo el mundo. Solo éramos la alberca y yo. Las olas chocaban con mi cuerpo y mantener una dirección fija, sin salirme del carril, eran tan sencillo. Mantenerme recto en el camino fuera del líquido es complicado. Me desvié tanto que ya no sé quién soy más que una mera marioneta.

Abro mis ojos al sentir unos brazos deslizarse por mi espalda hasta llegar a mis hombros.

—Recuerdo cuando Christina sintonizaba tus competencias —murmuró cerca de mi oído al apoyar la barbilla en mi hombro.

—¿También me veías competir?

—No, nunca le vi emoción a la natación.

No sé qué respuesta esperaba, es evidente que no le importa nada de mi vida.

—Pero puedo ver que tú sí. ¿Por qué no vuelves al equipo?

—No puedo —admití. Estiré el brazo para tocar una de las medallas de oro, pero lo dejé caer a un costado.

—Al menos uno local —sugirió.

—No es lo mismo, Alison. Además, no tengo tiempo para esas cosas sin sentido.

Me escapo de sus brazos y cierro las puertas del mueble que mantiene encerrado al recuerdo de lo que alguna vez fui y me hizo enormemente feliz. Pero esos tiempos acabaron; es momento de madurar y seguir andando por el camino que tracé en tierra, muy lejos del agua.

Escuché como Alison volvió a correr las puertas, pero no me volví; he tenido suficientes complicaciones por esta semana.

Arrastré los pies con cada paso que daba hacia mi habitación y me recordé vender la mesa de billar; me traía recuerdos que prefiero mantener enterrados. Por el bien de mi salud mental.

El olor del perfume de Alison fue lo primero que mi nariz captó al cruzar el umbral de la puerta. Todo estaba perfectamente ordenado, menos vida. Me convertí en un mero espectador que solo espera el final de una obra de bajo presupuesto que cobró una millonada por las entradas.

Anduve en automático hacia el celular, lo desbloqueé y entré a contactos hasta bajar cada nombre hasta el que mi cerebro, corazón y alma querían encontrar. Su nombre brilló en la pantalla y no supe qué botón apretar. ¿Eliminar su número o marcarlo? Esa era la cuestión. Mis dedos oscilaron entre ambas opciones, buscando cuál era más factible a estas alturas. Supongo que ya no me queda nada más por perder.

Sujeté con fuerza el móvil y llamé caminando hacia el baño para encerrarme y tener un poco de privacidad. Contestase o no, quería estar lejos de Alison.

Mis dedos golpeaban la porcelana del lavamanos con cada tono de espera y cuando dejó de sonar, mi corazón se detuvo.

—Sabía que algún día llamarías, pero no lo vuelvas a hacer.

—Solo quiero hablar con ella —pedí. Bajé la cabeza con rendición, como si me pudiera ver y así se apiade un poco de mí.

—Fue tu pareja y lo arruinaste. Debo darte las gracias, supongo, así yo obtuve mi segunda oportunidad.

¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora