(7) Leonor

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A partir de las nueve hasta las diez menos cuarto estuve escoltando, entre las sombras de los edificios, a Martín. Me preguntaba qué hacía a esas horas aún en la calle. De todos modos, gracias a que atrajo a Sombras hacia él pude matar a muchas que no habrían salido de otra forma. Lo que me pareció raro fue que en la dirección por la que había venido se encontraba el orfanato dónde yo estaba viviendo, eso hizo que me preguntara si estaba intentando investigar sobre mi y eso no me gustaba.

Odio que me espíen, eso me hace sentir que desconfían de mi. Estoy cansada de estar sola, pero no puedo soportar que los demás me mientan o que traten de sonsacarme información cuando yo no quiero, esa es una de las razones por las que me alejo de la gente. Hace mucho tiempo que no tengo amigos, daño todo aquello a lo que me acerco, por eso me concentro en deshacerme da las Sombras, tampoco creo que nadie llegué nunca a entenderme.

Mi mayor problema ha sido siempre mi don, lo descubrí de pequeña jugando, se lo conté a una amiga y no se lo enseñamos a nadie más porque era nuestro secreto. Empecé a ver a las Sombras, al principio intentaba jugar con ellas y hacer que mi amiga también jugara con ellas, el problema era que ella no podía verlas y empezó a desconfiar de mi. No entendía qué nos hacía tan diferentes, un día vi como una de ellas había empezado a seguirla, pensé que solo quería hacerse su amiga, pero me equivocaba. Esa fue la primera y última vez que cometí tal error.

Desde ese momento empecé a quedarme sola y no le volví a hablar a nadie de mi don, de todas formas, sería difícil explicarle a la gente que puedo hacer y ver cosas que ellos no pueden.

Estuve toda la noche de guardia, cazando Sombras, empezó a amanecer sobre las seis y media, noté como las Sombras que aún no había podido matar se escabullían. Ahora era mi turno de descansar unas horas antes de tener que ir a clase.

Aún no estaba cansada, pero unos minutos después empezaría a sentir que la falta de actividad destaparía el cansancio que llevaba acumulando desde el principio de la tarde.

Cuando llegué al orfanato la voz grave de Antón, el encargado de la limpieza del edificio, me hizo parar al borde de la escalera, ya había advertido su presencia, pero trataba de ignorarlo.

— ¿Te parecen estas horas para llegar? ¿Qué has estado haciendo toda la noche? Se lo contaré a Amalia.

Me giré para mirarlo fijamente, así pudo ver que lo que acaba de decir no me importaba en absoluto, también lo hice para que se diera cuenta de la seguridad con la que tomaba todas mis decisiones y del poco respeto que sentía hacia él.

— Y tú, ¿qué haces comportándote cómo un niño de cinco años? ¿A caso quieres que le cuente a Amalia que estas viviendo en este orfanato sin autorización de nadie y que eres el culpable de que la entrada siempre huela a tabaco?

No respondió, el silencio duró unos segundos hasta que decidí que ya lo había dejado suficientemente en ridículo y que me quería ir a la cama, volví a las escaleras y cuando empecé a subir. Su ronca voz volvió a interrumpirme.

— Vino alguien preguntando por ti.

— ¿Quién fue? ¿Cómo se llamaba? —pregunté sin mostrar mucho interés.

— Primero tendrás que contarme qué estuviste haciendo todo el día.

Podría haber vuelto a amenazarlo para sonsacarle, pero me aburría y, además, ya sabía quién había sido.

— Vale, buenas noches —dije tajante.

— ¿No sientes curiosidad por saber quien preguntaba por ti? —respondió intentando disimular la rabia que sentía porque yo no cediera a sus chantajes.

— Me das igual por lo que también me da igual lo que me digas, pensaba que ya lo sabías. Solo quería confirmar lo simple que eres.

Pude sentir como me maldecía en silencio, ver como alguien superficial y egoísta se tragaba sus propias palabras ante la verdad me divertía.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora