(44) Leonor

20 0 4
                                    

Me había dolido más de lo que había imaginado decirles que se fueran a Martín y a Ian. Eso era justo lo que no quería que pasara. No quería volver a hacerles daño y si la solución para eso era cortar por lo sano lo haría. Me importaban demasiado para seguir hiriéndolos y exponiéndolos así al peligro.

— Tienes buenos amigos — dijo Tais interrumpiendo mis pensamientos—, no sabes la suerte que tienes.

— ¿Suerte de qué? ¿De exponerlos al peligro cada vez que están conmigo? ¿Suerte de poder herirlos sin quererlo? ¿De querer a personas de las que, por su bien, tengo que alejarme? —pregunté llena de tristeza y de rabia.

— Suerte de contar con personas que siempre estarán a tu lado y que te defenderán aunque les pidas lo contrario —suspiró—, ellos siempre estarán ahí para ti.

— Eso es precisamente lo que no quiero —dije cansada.

— No sabes lo que daría yo por estar en tu lugar —murmuró.

— Lo dudo.

— Me gustaría poder tener, como tú tienes, a alguien que estuviera siempre ahí.

— ¿A cambio de qué? —dije harta.

— Daría lo que fuera.

— ¿Darías tu familia, la seguridad de aquel que te quiera o la tuya propia?

No me respondió, se mostraba triste, desilusionada. A decir verdad no pretendía hacerla sentir mal, solo quería desahogarme. Intenté cambiar de tema para no entristecerla aún más.

— ¿Se puede drenar la magia? Pensaba que era algo que poseías como la inteligencia o la creatividad, que estaba dentro de ti y que no te podían arrebatar.

— Ellos le llaman drenar a utilizar tu magia hasta que te quedes sin energía, será entonces cuando te maten —dijo cabizbaja.

— ¿Quieres decir que me obligarán a usar mi magia en contra de mi voluntad para hacer lo que ellos quieran y que una vez que mi cuerpo no resista más me matarán? —pregunté furiosa.

— Sí, más o menos —hizo una pequeña pausa—. Deberías huir, este no es tu lugar. No te mereces esto.

Su voz sonaba sincera y preocupada. Confiaba en ella, sus intenciones no eran malas. No quería abandonar mi meta y no lo haría, pero nunca rompería una promesa, así que no escaparía, solo me dejaría secuestrar. Una sonrisa instintiva se dibujó en mis labios.

— ¿Estás dispuesta a raptarme? —pregunté mientras la incredulidad se hacía presente en sus ojos.

— ¿Qué planeas? —preguntó con más curiosidad que duda.

— Yo dije que no escaparía, pero no dije que no me dejaría raptar o que incluso colaboraría.

— Eres astuta —dijo mientras sonreía—, pero yo no puedo deshacer tus ataduras.

— No te preocupes por eso, te necesito, pero de eso ya me encargo yo.

Llegaron Lida y Sita acompañados por algunos guardias. Sus ojos irradiaban satisfacción. Su comportamiento me resultaba odioso.

— Vamos a ver qué eres capaz de hacer —dijo Lida.

— Dije que no escaparía, no que colaboraría —reproché.

— Créeme —dijo Sita—, lo harás.

Me mostré incrédula. Hicieron una señal que solo entendieron ellos. De repente mis esposas desaparecieron dejándome libre. Di un paso con la intención de acercarme a ellos, pero me vi atrapada en una jaula de cristal, la golpeé para asegurarme de que era gruesa y resistente. La jaula debía medir más de dos metros y medio de alto y tenía una base formada por un cuadrado de unos dos metros de lado, en el techo había un tubo por el que no podría pasar y que comunicaba con algo que mis ojos no alcanzaban a ver.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora