(8) Martín

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Nunca he sido alguien que creyera en la magia, no sentía nada más allá de lo que se denomina realidad, nadie creía en la magia, ¿por qué debía hacerlo yo? Algo que aprendí con Leonor fue que uno nunca termina de descubrir todos los secretos que se ocultan a nuestro alrededor, y eso era lo divertido de estar vivo. Nunca te quedarás sin acertijos que resolver.

Lo que le ocurre a la gente que habita este mundo es que son incapaces de aceptar que habrá muchas cosas sobre la vida que contradirán sus creencias y si no eres capaz de apartar tus prejuicios será más difícil avanzar, porque todo eso se convertirá en piedras con las que tendrás que cargar.

Después de llegar a casa me tiré en la cama y me quedé profundamente dormido. Al día siguiente decidí que conseguiría que Leonor me dejase acompañarla hasta el orfanato para poder hablar con ella.

Llegué a clase, la mañana pasó como cualquier otra. A la salida fui junto a ella y empezamos a hablar.

— Hola, ¿cuándo podemos quedar para hacer el trabajo?

— Ya te dije cuando podía yo, así que solo depende de cuando puedas tú —lo dijo sin dar más rodeos.

— Por mi está bien mañana, cuanto antes empecemos antes terminaremos —me justifiqué.

— Vale, pues nos vemos mañana —lo dijo con el fin de dar por zanjada la conversación.

Aún no había terminado, quería hablar sobre algo que no tuviera que ver con las clases, quería conocerla, quería hacerme su amigo.

— ¡Espera! ¿Dónde quedaremos? —pregunté desesperadamente.

— No sé, donde quieras —nos acercábamos a la esquina que separaría nuestros caminos y estaba seguro de que ella no dejaría que la acompañara fácilmente.

— En una biblioteca o en mi casa, mis padres trabajan casi todo el día y nadie nos podrá interrumpir —en las bibliotecas es muy difícil trabajar bien, al menos para mi, por eso le ofrecí ir a mi casa.

— Está bien, pues entonces quedamos mañana en tu casa.

— ¿Cómo haremos para no perder mucho tiempo?

— Yo podría estar en tu casa sobre las tres, más o menos —llegamos a la esquina—. Pues nos vemos mañana, aquí es donde se separan nuestros caminos.

No la podía dejar ir, tenía la oportunidad ideal para ganarme su confianza e intentar ayudarla con lo que fuera que la atormentara.

— Te puedo acompañar a tu casa, como ya te dije mis padres estarán trabajando y no me echarán en falta.

— No hace falta que me acompañes, puedo ir sola, no necesito un escolta —en su voz pude notar que la estaba empezando a irritar.

— Lo sé, pero pensé que como siempre vas sola te gustaría tener compañía por una vez, además tengo curiosidad por saber donde vives.

— Si quieres acompañarme está bien, pero no me vuelvas a mentir.

— ¿A qué te refieres?

¿Cómo lo sabía? No creía que ese hombre le hubiera contado nada acerca de mi intromisión, gratis, sin pedirle nada a cambio. Mucho menos me la imaginaba a ella cediendo.

-No te hagas el tonto, sabes perfectamente de lo que te hablo.

-Pero... ¿Cómo...? ¿Te lo dijo él?

-¿Quién Antón? Ese interesado no dice nada si él no gana algo. Lo que me dijo fue que alguien había preguntado por mí.

Era imposible engañarla, esa chica era mucho más inteligente de lo que pensaba.

— ¿Cómo supiste que había sido yo el que preguntaba por ti?

— No hace falta ser muy listo para saberlo —no me quiso dar ninguna explicación evitando, de esta forma, darme datos sobre ella.

Seguimos caminando, me dejó acompañarla. Tengo la sensación de que mi compañía no le molestaba y eso me hacía sentir bien. A veces nos quedábamos en silencio observando y escuchando lo que había a nuestro alrededor. De vez en cuando yo decidía romper el silencio y hablábamos de cosas sin importancia, ella nunca daba su opinión, no era fácil ganarse su confianza. No sabía si se ocultaba de los demás para protegerse o para proteger al resto del mundo de ella, no parecía ser alguien cobarde al que le importara lo que se dijera de ella. No parecía tener miedo al sufrimiento, quizás porque ya lo había sentido en todas sus crueles formas.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora