(9) Leonor

27 4 0
                                    

Sabía que al día siguiente Martín querría acompañarme al orfanato. No iba a luchar para que no lo hiciera, porque él ya sabía dónde vivía yo, porque estaba cansada y porque no le daría ninguna información sobre mí por mucho que él quisiera.

En ningún momento trató de sonsacarme, solo hablábamos de cosas sin demasiada importancia y después, nos callábamos para rodearnos por un silencio que lejos de ser incómodo era un silencio que me recordaba que no estaba sola por primera vez en mucho tiempo.

Cuando le dije que me podría acompañar si no me volvía a mentir, entendió que no me podría engañar y que no conseguiría nada de mí si lo hacía. Sabía que no era tonto así que podía estar segura de que no lo volvería a hacer.

Me cuesta mucho confiar en la gente porque no creo que nadie me vaya a entender, tampoco pretendo que lo hagan. Al principio, cuando empecé a dejar de relacionarme con todo el mundo, sentía la necesidad de tener a alguien con quien hablar, pero ya no, no necesito que nadie me escuche, aprendí a vivir en la soledad. Todo aquello lo había hecho para no dañar a nadie más, para que nadie sufriera por mi culpa, no quería causar más dolor, por eso me aislé.

Fue curioso cómo la compañía de Martín no me molestaba, no me irritaba, pero sabía que debía evitar que se encariñara de mí o si no mi peor pesadilla se haría real.

— Supongo que preferirás ir sola a partir de aquí — dijo Martín en el momento en el que vimos el orfanato, él sabía que yo no se lo iba a pedir, pero también sabía que yo lo prefería así.

— Sí, gracias por acompañarme —mi agradecimiento era sincero y él lo sabía.

— De nada —sentí que querría haber dicho algo más pero debió pensar que sería mejor no hacerlo.

Nos separamos y al llegar al orfanato le dije a Melisa, la persona que lo dirige y por la que sentía un gran cariño:

— Mañana voy a comer fuera, tengo que hacer un trabajo con un compañero y no puede quedar mucho rato.

— Me parece bien, ¿necesitas dinero?

— No, me llega con el que me diste la última vez.

Melisa pensaba que a partir de una cierta edad debíamos tener paga, ya que al ser huérfanos debíamos ser más independientes y porque no podríamos pedirle dinero con la facilidad con la que se lo pediríamos a nuestros padres.

— ¿Seguro? No quiero que comas porquerías.

— No lo haré, ya sabes que no me gustan esas cosas.

— Está bien, vete a comer que hoy hay la crema da calabaza que tanto te gusta.

Melisa era la persona más buena que había conocido nunca. Se preocupaba por nosotros como si fuéramos sus propio hijos, por eso no me puedo imaginar el dolor y la alegría que siente cuando adoptan a uno de nosotros. Debe sentir dolor por no volvernos a ver y alegría porque al fin formaremos parte de una familia que se encargará de nosotros dándonos lujos que ella nunca podría ofrecernos.

Cuando decidió que la paga sería una buena idea trató de convencer a los que se encargaban de financiar el orfanato, pero se negaron porque decían que era innecesario, por eso el dinero de la paga lo saca ella de su bolsillo. En ese momento yo era la única que la recibía, no era mucho pero no quería que se gastara dinero en mí, así que intentaba gastarme la menor cantidad posible.

Por primera vez desde hacía semanas no tuve deberes, pero eso era una mala señal, se acercaban los exámenes de fin de curso y eso provocaba que casi no pudiera dormir. Después de comer fui a mi habitación y dormí tres horas y media, nada más despertar empecé a cazar Sombras hasta la madrugada.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora