(36) Leonor

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Un rato después de que se fuera Martín oí cómo Ian se metía en su habitación. Esperé unos minutos y fui a hacerle una visita. Llamé a la puerta, se veía abatido, algo andaba mal. Esa fue la primera vez que le veía así, ni siquiera disimulaba su preocupación. Quise abrazarle, pero simplemente no fui capaz.

— Hola —saludé tratando de captar su atención.

— ¿Qué quieres? —intentó sonar amenazante, pero no pudo.

El tiempo corría, pero no podía forzarle a hablar o se cerraría en banda. Su actitud había cambiado, no me veía de la misma forma que antes. Mi curiosidad aumentaba por segundos, algo dentro de mí estaba renaciendo y mi paciencia se agotaba.

— Pareces preocupado —dije sin querer presionarle—, si quieres puedes hablar conmigo. Soy de confianza.

— ¿Por qué eres así conmigo? —preguntó mirándome a los ojos.

— ¿A qué te refieres? —dije sin entender.

— ¿Por qué te preocupas por mí? ¿Por qué no me odias? ¿Por qué eres la única persona que no me da órdenes o que no me fuerza? —esas palabras hicieron despertar algo en mí que amenazaba con salir a la luz— Solo te he dado razones para que me detestes, no lo entiendo.

Me senté a su lado suavemente. En sus ojos pude ver confusión, tristeza y mucho odio que no iba dirigido a mí. Él me seguía mirando esperando una respuesta.

— Porque sé tú también te preocupas por mí aunque lo intentes disimular, porque sé que no eres malo, porque no soy quién para decirte qué es lo que debes hacer, ni para juzgarte y mucho menos para obligarte a hacer lo que yo quiera que hagas y... porque me importas —esas últimas palabras las dije sin ser consciente de ello.

— Tú también me importas —admitió—. Por eso quiero ayudarte.

— Te lo agradezco —dije sincera—. Me gustaría saber sobre qué hablaste con tus padres.

Su expresión se volvió una mezcla entre odio y tristeza. No quería forzarle a hablar. Iba a decir algo, pero él me interrumpió.

— Mis padres desconfían de ti, eso ya lo sabes. Me ordenaron no hablar de esto contigo.

— Si no quieres no tienes... —intenté decirle que no tenía por qué hacerlo, pero me interrumpió.

— Necesitas saberlo y quiero decírtelo, mereces saber quién eres —sus palabras me sorprendieron, me estremecí por dentro, nunca pensé que ese momento llegara—. Los monstruos y nosotros en realidad luchamos por lo mismo, aunque no lo queramos admitir, buscamos el poder absoluto para poder dominar el mundo a nuestro antojo. Yo no estoy de acuerdo, pero me he pasado toda mi vida limitándome a obedecer a mis padres, intentando hacerlos sentir orgullosos.

»Hace tiempo, antes de que tú, Martín y yo naciéramos, uno de los que formaban parte de este bando se rebeló, estaba harto del egoísmo y la hipocresía de sus compañeros. Su nombre era Marcos. Huyó y fue tachado de traidor, era poderoso y jamás utilizó su fuerza para dañar a otros. En los archivos históricos se le nombra como un rebelde traidor y egoísta que no merecía perdón. Lo describen como un villano que no debía estar vivo. Distorsionaron su historia diciendo que era el responsable de varias muertes de las que no era culpable.

»Por parte del otro bando, los monstruos, una de ellos también se rebeló. Se llamaba Lisana. Protestó ante el comportamiento agresivo y posesivo de todos aquellos que la rodeaban. Consiguió que todos se pusieran en su contra. Al igual que Marcos, a pesar de tener mucho poder jamás lo usó para el mal.

»Supongo que ya te imaginarás cómo sigue la historia —le dejé proseguir—. Se mantenían en secreto, intentaron razonar en varias ocasiones con sus antiguos compañeros y amigos, pero nunca les escuchaban. Nunca se dieron por vencidos, aunque estaban condenados a muerte y había espías buscándolos por todas partes.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora