(17) Leonor

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— Leonor escóndete, ¡rápido! —me pidió Martín apurado— Acaban de llagar mis padres.

No veía ningún sitio para ocultarme, su cama tenía otra plegable debajo y no había sitio para meterme. De repente Martín se levantó, me abrió la puerta de su armario y me metí dentro velozmente justo cuando sus padres llamaron a la puerta.

— Hola, ¿podemos pasar? —dijo la voz grave del padre de Martín.

— Sí, entrad —dijo Martín.

— Nos pareció oírte hablar con alguien —dijo la tranquila voz de du madre.

— Pues ya veis que estoy solo. Estaba escuchando música con los cascos puestos, a lo mejor me oísteis tararear una canción y pensasteis que era la voz de otra persona.

— Puede ser —dijo su madre—. Sé que es un poco tarde pero, ¿te apetece cenar algo?

Martín miró hacia donde yo estaba y asintió.

— Bien, pues te avisaremos cuando esté lista la cena.

Cuando sus padres salieron de la habitación se acercó corriendo hasta donde yo me encontraba y antes de que pudiera decir nada empecé a hablar.

— No te preocupes por mí, no estoy acostumbrada a cenar y no quiero estropear vuestro momento familiar.

— Gracias por ser tan buena siempre —dijo con cariño.

— Eso no es verdad —dije mientras salía del armario—, esta mañana no fui nada buena contigo.

— Estabas nerviosa, es normal. Además, me pasé un poco con mis preguntas.

Me volví a sentar en la cama, decidí que Martín debería aprender bien al menos la primera lección que le había enseñado hoy.

— Intenta hacer lo mismo que antes pero, con los ojos abiertos —dije cambiando de tema.

— De acuerdo.

Siguió mis instrucciones y fue capaz de volver a hacer hielo.

— Muy bien —dije felicitándolo—. Ahora intenta algo distinto.

Se acercó a su escritorio a por una goma muy pequeña, gastada por el uso, visualizó lo que quería hacer y consiguió hacer levitar la goma de borrar por unos segundos.

— ¿Así está bien? —preguntó.

— Así está genial —dije animándolo a esforzarse más—. Avanzas rápido.

— ¿Tú crees? —preguntó inseguro.

— Sí, solo esfuérzate cada vez un poquito más.

— ¡Ya está lista la cena! —interrumpió la voz lejana del padre de Martín.

— Voy —respondió mi amigo.

— Corre ve antes de que vengan aquí y me descubran —dije apresurándolo.

— Vale —aceptó mientras se acercaba a la puerta, pero se paró antes de llegar—. Una última pregunta, ¿los poderes son hereditarios?

— No lo sé, no tengo ninguna referencia. En caso de duda no lo son.

Se alejó de la habitación y me tumbé en la cama. Estaba cansada, llevaba muchos días durmiendo muy poco y me estaba empezando a pasar factura. Pensé en lo intenso y especial que había sido ese día e intuí que todo empezaría a cambiar a partir de entonces. Mi instinto nunca me había fallado, de lo contrario ahora mismo estaría muerta. Poco a poco noté como mis pensamientos se volvían más lentos e inexactos y me quedé profundamente dormida.

Nunca imaginé que llegaría a encontrar a alguien que me escuchara y que fuera como yo, pero era real, ya no estaría sola aunque quisiera. Me había habituado a la compañía de Martín y me gustaba. Si hubiera sabido que se encariñaría de mí desde el principio, no le hubiese dejada acercarse a mí, pero dejarse querer de vez en cuando está bien.

Alejándome de todos pretendía protegerlos, pero en realidad me estaba protegiendo a mí misma. No me acercaba a nadie porque si a una persona que me importaba le sucediera algo malo me culparía y sufriría por no haberla podido proteger, no quería volver a sufrir ese dolor nunca más.

En el orfanato sí sonreía y hablaba con todos porque me ocupaba personalmente de que nada malo pasara cerca de ellos. Eran la única familia que tenía y aunque fuese inestable era la mejor que nunca me podría haber tocado.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora