(28) Leonor

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Aquella extraña esfera se aproximaba a nosotros, nunca había visto algo parecido. A partir de ese momento vería y aprendería cosas nuevas, nada volvería a ser como antes.

— Este será nuestro transporte —dijo Ian señalando esa extraña burbuja.

— ¿Cómo podemos saber que no es una trampa? —preguntó desconfiado Martín.

Nunca imaginé que Martín pudiera ser tan desconfiado. Me sorprendía, tenía la sensación de que quería protegerme como yo hacía con los demás.

— ¿No crees que si os hubiera querido tender una trampa ya lo habría hecho? —respondió Ian.

Quería observar todos sus movimientos, le estaba analizando. No participaba en la conversación porque no quería que obtuviese información de mí. Se parecía demasiado a mí, pero había cosas que nos diferenciaba, tardaría algún tiempo en averiguarlas todas.

— Podrías aprovechar que estamos en un lugar poco transitado para tendernos una trampa —siguió discutiendo Martín.

— Pero no lo voy a hacer y lo sabes — dijo Ian dando por terminada esa conversación-. Seguidme.

Entró dentro de la esfera y nosotros fuimos detrás de él. Una vez estuve dentro pude ver que era flexible pero resistente. Empezó a ascender suavemente sin desequilibrarnos. Decidí que era hora de hablar.

— ¿A dónde vamos? —dije monótonamente.

— Vamos a vuestro nuevo hogar —dijo Ian.

— No creo que se convierta en nuestro hogar —dijo Martín leyéndome la mente—, más bien será el lugar donde viviremos durante un corto periodo de tiempo.

Nos callamos y disfrutamos de las vistas, nunca había viajado en avión y era la primera vez que volaba tan alto. Todo era distinto desde esa altura, me coloqué boca a abajo en la burbuja que se ajustó a mi posición bajándome un poco haciendo que no me resultara incómodo. Un rato después me di la vuelta para mirar al cielo. Me encanta observar las nubes moverse con el viento, era precioso. Era consciente de que Martín e Ian me miraban de vez en cuando, pero yo solo disfrutaba de todo lo que me rodeaba. Fue la primera vez en mucho tiempo que me relajaba tanto. Me gustaba esa sensación de tranquilidad, pero sabía que duraría poco, muy poco.

— ¿A dónde nos llevas? —preguntó Martín.

— No puedo contároslo, son órdenes —contestó Ian inexpresivo.

— ¿No puedes tomar tus propias decisiones? Pensaba que te parecías a Leonor, pero me confundía. Ella toma sus propias decisiones, no deja que nadie le de órdenes —estaba a punto de matarle, le estaba dando información de mí que, aunque él mismo podría haber descubierto, no quería que supiera—, en cambio tú no eres más que una marioneta.

Le miró con malicia, quería sacarlo de sus casillas y lo estaba consiguiendo, Ian empezaba a enfadarse, pero algo le detuvo. Sus puños se empezaron a relajar y, sin decir nada, miró amenazante a Martín. El ambiente siguió tenso entre ellos dos el resto del viaje. Después de un rato la esfera se paró y empezó a descender. No había ningún edificio ni rastro de civilización a kilómetros a la redonda.

— ¿Dónde dijiste que íbamos a vivir? —preguntó Martín.

— Vivir sobre tierra llamaría mucho la atención —dijo Ian—. Ahora os enseñaré dónde vivo.

Me puse en pie antes de que la burbuja tocara el suelo y en cuanto sentí que lo que pisaba era sólido la burbuja desapareció. Estábamos rodeados de naturaleza, montañas y un gran bosque nos ocultaban de cualquier curioso.

— Seguidme —dijo Ian—, tendréis que usar magia para que el camino sea más fácil de completar.

Le seguimos hasta la ladera de una montaña escarpada. Tuvimos que subirla, pero Ian usó un hechizo de gravedad y Martín le copió, sabía que lo había practicado en secreto, me miró preguntándome porqué no usaba magia, pero permanecí en silencio. Tuve que escalar, pero aún así no quise usar magia.

Una vez que Ian llegó a una cueva por la que debíamos ir me miró y se agachó.

— ¿Quieres que te ayude? —dijo mientras estiraba su brazo hacia mí, en ese momento su rostro se mostró tierno, pero subí sin aceptar su ayuda.

No quería demostrar nada, solo traba de depender de la magia y de los demás lo menos posible. Tenía que hacerme más fuerte para lo que se aproximaba, lo sabía perfectamente. Entramos en aquella cueva y anduvimos un rato, cuando la luz empezaba a escasear se encendieron unas antorchas colocadas periódicamente a los lados del túnel. Ese pasillo parecía infinito. Llegamos a una puerta de madera que Ian abrió dejándonos pasar antes que él. Cuando estuvimos dentro pude ver qué era un sito luminoso y grande.

Su base era circular y cada piso formaba un círculo dejando un enorme hueco en medio. La planta en la que estábamos era la única que cubría ese espacio libre que estaba dividido en cuatro partes, una dedicada al agua, otra al fuego, la siguiente a la naturaleza en forma de flora y la última a un desierto.

— ¿Los cuatro elementos? —preguntó Martín.

— No, representa el equilibrio, son elementos que se destruyen entre ellos, pero que conviven en armonía —contesté yo antes de que Ian lo hiciera—. El agua apaga el fuego aunque el fuego evapora el agua, el desierto mata los bosques y viceversa. El agua también transforma el desierto en oasis y así sucesivamente.

— Venid conmigo —dijo Ian.

Le seguimos por diversos pasillos que daban a parar a lugares parecidos al que vimos nada más entrar, círculos de pisos que dejaban un gran hueco entre ellos solo cubierto por la primera planta, pero no eran iguales entre sí. Subimos algunas escaleras y llegamos al despacho de la mujer que habíamos visto hablar con Ian en la cancha abandonada.

— Aquí están Leonor y Martín —dijo Ian presentándonos.

— Buen trabajo Ian, no me esperaba menos de ti —dijo la mujer, en ese momento pensé que si supiera que en realidad habíamos engañado a Ian retiraría esas palabras—. Es un placer conoceros al fin, aquí es dónde viviréis a partir de ahora y dónde aprenderéis a manejar vuestros poderes.

No me fiaba no un pelo de esa mujer, no me daba buena espina. Algo me decía que no sería sincera del todo.

— ¿Por qué nos han traído aquí? —se atrevió a preguntar Martín que tampoco parecía fiarse de ella.

— Lo descubriréis dentro de poco —contestó tajante la mujer—. Ahora Ian os enseñará vuestras habitaciones.

Ian asintió y nos pidió que le siguiésemos. Recorrimos más pasillos y escaleras hasta que se paró entre dos puertas y nos dijo a quién pertenecía cada una.

— La habitación de vuestra izquierda es la de Leonor y la de la derecha es la de Martín, la mía está a la izquierda de la de Leonor, si necesitáis algo solo tenéis que llamar a la puerta.

— Yo voy a descansar —dije mostrándome indiferente e insensible—. Ni se os ocurra molestarme.

— No lo haremos —dijo Martín haciéndome entender que no tenía de qué preocuparme.

Entré en mi habitación y al cerrar pude oír a Martín ordenándole a Ian que ni se le ocurriera acercarse a mí. No pude evitar que una sonrisa se dibujara en mi rostro. La habitación era muy espaciosa y bonita, pero mi plan no era quedarme ahí parada, así que decidí investigar por mi cuenta. Iba a descubrir qué estaba pasando y nadie me lo iba a impedir.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora