(52) Leonor

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Sentía que el corazón me iba a estallar, algo me impedía respirar. Lo único que sentía era dolor, cada movimiento, cada inspiración, cada latido, cada segundo que pasaba era dolor. No menguaba solo crecía.

Esa pobre niña había muerto por mi culpa, por mi culpa los demonios la encontraron. El odio y el dolor se mezclaron en mi estómago provocándome nauseas. No oía a los que tenía a mi alrededor, no los veía, no los sentía.

Volví a gritar, mi voz atravesaba mi garganta como un cuchillo mal afilado, intentando centrar mi sufrimiento en algo distinto de lo que lo provocaba, pero aquello no funcionó.

Vi cómo moría, oí su llanto, sentí su dolor, su miedo. Siempre pensé que ayudaba a los demás para compensar el daño que hacía mi sola existencia, pero en realidad nunca dejé de ser la que los ponía en peligro y eso nunca cambiaría.

Cuando vi a Ian y a Martín pelear por mí lo tuve más claro. Casi mueren por mi culpa, Lili murió por mi culpa, mis padres murieron por mi culpa, todo era mi error, todo era mi culpa.

Todo se mezclaba en mi mente y lo poco que mis sentidos podían captar se desvanecía. El dolor cesó y mis ojos dejaron de derramar lágrimas.

La oscuridad se iba transformando en luz, dibujando un paisaje tranquilo, sereno. Yo estaba tumbada en un prado, rodeada de flores de todos los colores y aromas. Me sentía tan ligera que tenía la sensación de que el viento podría levantarme en cualquier momento.

Una vez me hube levantado y observado todo lo que me rodeaba me percaté de la presencia de una pequeña niña que no tardé en reconocer.

— ¡Lili! —dije emocionada corriendo hacia ella.

En cuanto estuve a su altura la abracé con todas mis fuerzas mientras le daba una vuelta en el aire. Me alegraba tanto de verla.

— Leonor, te voy a echar mucho de menos —dijo ella con voz triste mientras me devolvía el gesto.

— No te vayas —dije agarrándola más fuerte—, ¿si te vas con quién jugaré?

— Tienes buenos amigos, no me necesitas, yo te estaré esperando.

— Pero tú eres mi hermanita y te he traicionado —dije cabizbaja.

— Eres tú la que debe seguir viviendo, el mundo te necesita a ti —su voz sonaba madura, el timbre era el mismo, pero la forma de hablar era claramente distinta—. Ahora te tienes que ir, no te preocupes por mí, estaré bien.

— No te olvides de mí —dije mientras me despedía con una sonrisa.

— Nunca lo haré, disfruta con la gente te quiere y nunca dejes de luchar por lo que crees.

Veía cómo aquel paisaje se alejaba mientras se difuminaba. Jamás la olvidaría.

Abrí los ojos lentamente mientras me incorporaba. Una lágrima quiso asomarse, pero no la dejé salir.

Tais estaba a mi lado observando todos mis movimientos para asegurarse de que estaba bien. Martín estaba a mi izquierda mientras que Ian se mantenía a una distancia prudencial.

— ¿Por qué me dormí? —pregunté por fin.

— Ian te durmió —dijo Tais.

— Estabas sufriendo mucho y fue lo único que pudo hacer —dijo Martín—. Al menos a él se le ocurrió una forma de ayudarte —dijo como si se lo estuviera reprochando a sí mismo.

— Lo siento- dijo Ian cabizbajo—, todo esto ha pasado por mi culpa.

Me incorporé rápidamente, Martín y Tais me imitaron. Aún me dolía el pecho, el recuerdo de Lili me hacía sentir culpable, pero conseguí hablar sin que me temblara la voz.

— No, tú no tienes la culpa de nada. No has hecho nada malo, soy yo la que hizo que todo esto pasara, soy yo la que debe pedir perdón —le observaba esperando que se irguiese.

— Tiene razón —dijo Martín entre avergonzado y enfadado—, no tienes la culpa, no sé qué os habrá pasado antes de esto, pero... ¡Maldita sea! ¡Casi te mato, casi morimos los dos...! Lo siento.

Ian levantó la mirada sorprendido, pero no dijo nada. No se movió de dónde estaba.

— Ian —dijo Tais sorprendiéndonos a todos—, no debí culparte por lo que tus padres son.

— Hasta cierto punto es verdad —dijo Ian—, al final nunca dejé de obedecerles sin dudarlo un segundo.

— Todo eso ya forma parte del pasado, ese es el Ian del pasado y no volverá —dije aparentando tener fuerzas.

— Yo no estoy tan seguro.

— Quizás tú no, pero nosotros sí lo sabemos —dijo Martín nombre de los tres.

— Te mentiría si dijese que confío en ti, pues mis instintos me llevan a desconfiar de tu especie —dijo Tais—, sin embargo entiendo por qué ellos lo hacen, no eres malvado de eso puedes estar estar seguro.

— Otra vez —dijo Ian.

— ¿Qué pasa? —pregunté yo.

— Tú estás sufriendo por algo importante mientras que yo no paro de quejarme por la mínima tontería.

De repente sentí una aguja clavándose en mi corazón, las lágrimas luchaban por salir, pero no se lo permití. Ian lo estaba pasando mal, no podía llorar.

— No es una tontería —dije acercándome a él—, no es una tontería que le des importancia a tus actos.

Martín y Tais se alejaron de la escena dejándonos a solas. Debía hablar con Ian de lo que había ocurrido antes. Necesitaba ayudarle, sentía que era la culpable de su dolor. Siempre creía ser la causante del dolor que sentían los que estaban a mi alrededor. Eso me consumía, pero no quería que nadie lo supiese.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora